Que Adam Mckay sabe escribir historias está más que demostrado, no sólo por sus éxitos y premios como guionista sino por haber encandilado a crítica y público con sus obras. Que además sabe cómo dar forma a las palabras y plasmarlas en fotogramas, también. El talento para hacer ambas cosas y hacerlas bien, está al alcance de pocos. Pues Mckay no sólo lo borda sino que parece que se siente como pez en el agua.
Lo mismo le da dirigir películas bobas con su amiguete Will Ferrell, que lidiar con un brutal elenco actoral y diseccionar la mayor crisis financiera que ha conocido la humanidad, que desnudar las miserias de un vicepresidente sin escrúpulos. Mckay tiene experiencia en manejar la sátira y el humor como vehículo para contar historias serias. Ha pasado muchos años escribiendo guiones en SNL y conoce perfectamente los mecanismos del humor.
Obviando su etapa gamberra como cineasta, suyas son las magníficas La Gran Apuesta y Vice. Dos pseudo-documentales donde nos radiografía sendos capítulos negros de la historia americana con una puesta en escena revestida de un tono satírico que les confiere una crudeza tan salvaje como cómica. No digo que sea fácil relatar momentos históricos pero desde luego, es más sencillo basarse en los hechos acontecidos de forma objetiva que mostrarlos con una pátina de humor negro y mala uva. Además, cuando el enfoque histórico se mezcla con toques humorísticos, es sencillo perder de vista la profundidad y la crítica del mensaje y quedarse en la superficie del chiste fácil, pero Mckay consigue siempre mantener el foco donde le conviene y aunque en momentos parece que su cine sea algo superficial, acaba calando.
Lo que sí le encanta es remover conciencias. Si con La Gran Apuesta nos enseñaba las consecuencias de los excesos y la codicia, culpabilizando a todo la sociedad del colapso financiero de 2008, y en Vice nos mostraba el poder que un don nadie es capaz de amasar con la astucia necesaria, en No Mires Arriba, desnuda a una sociedad errante, arrastrada por los medios y las redes sociales, donde los grupos de poder campan a sus anchas para enriquecerse y desguazar un planeta que desde hace ya mucho tiempo, pide auxilio a gritos sordos.
Con estos ingredientes se ha cocinado el nuevo plato del director/guionista, producido por Netflix y protagonizado por un plantel de actores de vértigo: Leo Dicaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchet, Jonah Hill, Mark Rylance y unos cuantos más. El presupuesto según la prensa ha sido de 75 millones de dólares pero viendo los sueldos del dúo protagonista, alrededor de 20 millones por cabeza, se antoja muy corto para una película así.
Como director, Mckay es sencillo y práctico. No se complica la vida buscando el plano imposible o la transición perfecta. Rueda como escribe y donde va un punto y a parte y el fin de un capítulo corta el plano y se queda tan pancho. La película destaca poco en su vertiente técnica. La fotografía, la planificación y el montaje son lineales, sin cabriolas, excesos ni complejidades. La banda sonora sí merece mención a parte por lo lograda que está y cómo entrelaza temas frescos cuando se quiere transmitir un tono más humorístico con otros más solemnes cuando la épica es protagonista.
En general, No Mires Arriba es una película fácil de ver, gracias sobre todo a las grandes actuaciones, destacando, como no, a un Dicaprio en el papel de hombre corriente lejos del galán o personaje rotundo y fuerte al que nos tiene acostumbrados y a Jennifer Lawrence como joven científica impulsiva, millennial y anti-sistema. Si de algo peca el film es de alargar excesivamente determinados momentos a mitad de metraje y perder intensidad pero el impecable trabajo de los actores muchas veces es suficiente para sostener la película.
Y eso que arranca de una forma enérgica y directa: Una científica novel descubre un cometa y junto a su mentor, un científico apalancado en una vida monótona y aburrida, advierten que el astro impactará contra la tierra, provocando la extinción de la raza humana, en poco más de seis meses. Así para empezar, no está nada mal y eleva la expectación y la atención a lo más alto. Además, desde que aparecen los créditos iniciales, se intuye que la historia va a estar salpicada de con un toque humorístico y poco después y tras la visita de nuestros protagonistas a la Casablanca, ya se ve por dónde van los tiros y el enfoque hacia la crítica del sistema político actual y a la influencia de la prensa y las redes sociales en la opinión pública.
Así que la película transcurre viendo como nuestra pareja de científicos, en su obligación de anunciar fatal acontecimiento, se ven atrapados en un vaivén mediático que los zarandea como títeres entre platós de televisión, memes y despachos gubernamentales buscando la atención necesaria ante un hecho tan apocalíptico.
Es a partir de aquí cuando lo absurdo se vuelve protagonista. Una presidenta de los EEUU, interpretada por la genial Meryl Streep y un jefe de gabinete e hijo de la presidenta al que da forma un Jonah Hill, tan graciosos como ineptos en sus funciones. Un capo tecnológico a lo Steve Jobs o Elon Musk que sólo sueña con el control y manipulación de la población y en la riqueza personal. La televisión en busca del morbo y la salsa rosa en pos de sensacionalismo y audiencia. Todo corrupto, banal, indecente y deshumanizado que, como espectadores, nos provoca rechazo e incredulidad a partes iguales por la exageración de la representación, pero, al dotarlo de una capa de humor, nos invita a olvidar el contexto subyacente y amenazante y a pensar que finalmente y por arte de magia, el problema se solucionará y todo acabará sin más. Vamos, que en vez de pensar en la extinción de la humanidad y cómo solucionar el entuerto, se nos dirige como borregos en un pensamiento manipulado para interés de unos pocos. Todos mirando el dedo.
La sátira parece exagerada pero está más cerca de la realidad de lo que aparenta. Vivimos en un mundo en el que hay gente (mucha) que niega la existencia de un virus que hace estragos, o que niega la eficacia de las vacunas, o que giran la espalda a las evidencias que indican que el planeta se calienta a pasos agigantados, o que vive embobada ante una pantalla coleccionando likes y publicando vidas felices en una rara competición de apariencias. Un mundo en el que Donald Trump (al que parodia Meryl Streep claramente) ha gobernado los EEUU. Parece un chiste.La película es excesiva en el tono, de acuerdo, pero cuando reposa uno se da cuenta de que no estamos tan lejos y que no sé si será un cometa, un maremoto o todo a la vez, pero que estamos condenados a la extinción es patente y que, al final, tenemos el mundo que nos merecemos.
Y esto, no tiene ninguna gracia.
8/10