sábado, 18 de septiembre de 2021

EL FAROLILLO

En mi lista de pendientes estaba ver esta película desde hace tiempo. El Faro se convirtió en la sensación del momento en su estreno y gran parte de la crítica la puso por las nubes aunque avisaban que no era una película de fácil digestión.

De saque, me sorprende ver que en una película con sólo dos actores se hubieran decantado por el vampiro Robert Pattinson, pero las dudas que tenía sobre él ya se disiparon con Tenet así que, contando con la veteranía de Willem Dafoe, el dúo protagonista apunta alto.

La película arranca con los dos actores, interpretando a dos marineros, dirigiéndose al islote donde les espera el otro protagonista del film. Un faro que será su hogar y que ocupará su tiempo en tareas de mantenimiento durante cuatro semanas.

Robert Pattinson se presenta como un compulsivo fumador, dispuesto a cumplir con las normas establecidas para el cargo y que cuestiona las acciones que Willen Dafoe, su superior, acomete. Ya sea beber alcohol e incitarle a hacer lo mismo, o machacarlo a órdenes y encomendarle las tareas más sucias y duras.

                                        

Dafoe, por contra, es un tipo que está de vuelta de todo. Un viejo lobo de mar obligado a desempeñar el trabajo de farero por culpa de una lesión. Bebedor profesional, pedorro, que ronca como un cerdo y que cada noche alecciona a su ayudante con versos y batallitas marinas.

                                      

El duelo interpretativo está servido y uno no puede evitar acordarse de La Huella de Mankiewicz con Caine y Olivier compitiendo en pantalla. En la primera parte de la película, Dafoe sale claro vencedor de la batalla, escupiendo (en sentido literal y figurado) a la cara de su rival el talento que tiene y dejando a un Robert Pattinson muy encorsetado y reprimido en su papel.  

A medida que avanza la historia, se comprende por qué Pattinson se contiene. Llegados a un punto, el joven actor se desenmascara con un pasado turbio incluso delictivo que define su comportamiento inicial. Es ahí, cuando la locura y descontrol se apoderan de la película y cuando Pattinson da lo mejor de sí poniéndose al nivel (o más) de un Willem Dafoe que como buen maestro siempre mantiene el listón muy alto. Ojo que tenemos a un nuevo DiCaprio, el guaperas que enamora pero además, actúa de cojones.

La película está rodada en formato 4:3 y blanco y negro que, aunque nos enseña unas texturas y planos maravillosos, francamente, me parecen más una extravagancia que un recurso. Supongo que con el formato, el director querría "encerrar" a los personajes y dar esa sensación de claustrofobia e incomodidad que caracteriza al film pero no parece suficiente excusa y se me ocurren ejemplos como Buried o Cube, donde se consigue la misma atmósfera en formato 16:9 y a todo color. 

                                     

Momento para hablar del guión y aquí es cuando servidor empieza a torcer la cabeza y a cambiar de opinión sobre la obra. El arranque del film invita a presenciar una batalla de poder entre maestro y aprendiz y así se desarrolla la primera media hora. Mientras el joven desempeña los duros trabajos de mantenimiento, el viejo se encarga celosamente de custodiar la luz del faro y no permite que su ayudante intervenga ni lo más mínimo en esa parcela. Esa luz, como la fruta prohibida del paraíso es el motivo de las disputas más encarnizas (y homicidas) entre ambos protagonistas y que sirve de mcguffin para el desarrollo de la película.

Las gaviotas, que dicen simbolizar las almas de los marineros muertos, la tienen tomada con Pattinson como si supieran que no es trigo limpio. Así que todo se descojona cuando el tipo agarra una gaviota por el cuello y la hace trizas a golpes contra una roca. Se desata entonces una tormenta incesante y los dos fareros se quedan aislados en el islote a la espera de un relevo en el trabajo que nunca sucede.

Y aquí es cuando la historia se empieza a descontrolar. Coincidiendo con la confesión del joven aprendiz sobre su pasado, acuciados por la falta de alimentos y en permanente estado de embriaguez, se empiezan a entremezclar las visiones y delirios de un Pattinson que empieza a acariciar la locura y un Dafoe que se siente cómodo en el caos.

Visiones de una sirena que no sé si representa el hambre sexual que tiene Pattinson, que incluso juguetea con la homosexualidad, u otra cosa... Imágenes de tentáculos... DaFoe desnudo con los ojos iluminados ejerciendo una especie de control divino sobre Pattinson... o los protagonistas empuñando un hacha a lo Jack Torrance en el Overlook... nunca se sabe qué es real y qué no y el espectador (o servidor al menos) se pierde

El final ya es la guinda de un pastelazo que no hay por donde coger. Uno ya no sabe si todo es fruto de la locura de Pattinson o hay llevarlo al terreno fantástico o es la corrida de la paja mental de un director con demasiadas ínfulas.

He leído que el director, Robert Eggers, quiso representar, en los papeles de los dos actores, a Proteo y Prometeo pero, como la mayoría de mortales comunes no tenemos un máster en mitología griega, si no te lo explican, ni te enteras. Así que para la próxima, Sr. Eggers, entregue un manual con las instrucciones para ver sus películas y quizás se le entienda sin tener que recurrir a Google

El Faro tiene cosas muy buenas. El duelo de actores es para enmarcar. Tiene momentos estelares como la escena en la que Pattinson destapa su sucio pasado rompiendo la cuarta pared y confesándose al espectador. Pero a parte de eso, no le encuentro el punto a este director que por otro lado es el artífice de otra obra sobrevaloradísima, La Bruja.

Es algo que ya me pasó con otra película considerada de culto y que a mí juicio es un bodrio hecho para culturetas y gafapastas, Under The Skin, pero ésa es otra historia...

Los efectos de mi fanatismo particular me hacen creer que con las gaviotas, Eggers homenajea a Los Pájaros y con el "momento hacha", a El Resplandor. Y con eso me consuelo.

5/10

martes, 14 de septiembre de 2021

1917 VECES, BRAVO

Quizás el plano secuencia más clásico y pionero sea el de Orson Welles y su Sed de Mal. Quizás la primera vez que un plano secuencia fue el completo protagonista de un film fue el de La Soga de Hitchcock. Ha habido otros a lo largo de la historia del cine, la intro de Ojos de Serpiente, la maravilla técnica de Kill Bill vol.1, Goodfellas, en fin, muchos, pero quizás, y con el paso del tiempo, el plano secuencia hecho película que nos enseña Sam Mendes en su 1917 se convierta en el mejor de la historia. El tiempo dirá.

                                   

Alejandro González de Iñárritu ya nos regaló un ejercicio similar en Birdman con Oscar a la mejor película incluido, pero, la complejidad técnica de 1917 está a años luz de aquélla. Es tan preciosista y virtuosa; tan perfecta que no se permite el pestañeo. Si técnicamente, el plano secuencia, es un recurso de difícil ejecución por la complejidad que entraña la planificación milimétrica de todos los elementos, Mendes además riza el rizo con travellings imposibles, grúas sobrevolando el escenario y fuegos artificiales. Los truquitos clásicos para incluir disimulados cortes en la película, como esperar a que los actores entren en una gruta para aprovechar la oscuridad y cortar, están perfectamente bien disimulados y engranados para que la continuidad no pierda la esencia del plano en sí. Todo fluye, todo se mueve a la velocidad que Sam Mendes le imprime a la cámara y el resultado es magistral. 


Los decorados y escenarios, mayoritariamente exteriores sin pantallita verde detrás, son majestuosos. Personalmente, la primera parte, cuando los soldados atraviesan esa "tierra de nadie" plagada de cadáveres, me parece tan mágica como tétrica. El barro, los alambres de espino, los casquillos de los proyectiles lanzados días atrás, todo está puesto en su sitio para representar el horror de una guerra y dejar el ambiente cargado de tristeza y desasosiego. La banda sonora se incrusta en las imágenes como si formaran un conjunto inseparable. Una fotografía impecable tanto en exteriores como interiores, que da la sensación de que se haya rodado con iluminación natural. La atmósfera es tan turbia, árida y sórdida que se puede oler el hedor de los cuerpos en descomposición. En fin, que para el que le gustan las cabriolas técnicas como a un servidor, da para paja.

Considero que la precisión, planificación, coreografía y tecnicidad necesarias para rodar un plano de estas características y no caer en la prepotencia de mostrar las virtudes subrayadas de un director, es algo al alcance de muy pocos. Es admirable que un director invierta tanto esfuerzo en rodar una escena que requiere tanta exactitud técnica e interpretativa. Cualquier error durante la toma se convierte en tragedia. No se puede hacer un corta y pega como ocurre normalmente, montando planos de diferentes tomas. Pues Sam Mendes lo hace a lo bestia, durante dos horas.

El guion es tan simple como efectivo y sirve de excusa para recorrer a hombros de dos soldados novatos, la excursión épica a la que se enfrentan por aceptar a ciegas una misión suicida pero que, de llegar a buen puerto, salvará la vida de miles de soldados ingleses. Roza la absurdidad mandar a dos soldados inexpertos a atravesar las líneas enemigas para cumplir una misión vital para el devenir de la guerra, pero repito, como excusa para vestir el espectáculo, cuela. Al final y salvando las distancias, no deja de ser una revisión de Salvar al Soldado Ryan bajo la mirada de un tipo que no es Spielberg, pero que ya come en la misma mesa.

En cuanto al elenco: el dúo de protagonista lo forman dos actores prácticamente desconocidos pero que complementan perfectamente el conjunto sin alardes ni excesos. Hay grandes nombres entre el casting reducidos a las apariciones estelares de Colin Firth y Benedict Dr. Strange. Entiendo que no se quiso invertir en estrellas de primer orden para no disparar el presupuesto, y que los casi 100 kilos que costó la peli se fueron en parafernalia técnica, fuegos artificiales y juguetitos varios. Mi mente retorcida en realidad piensa que no encontraron compañía de seguros capaz de cubrir los riesgos a los que enfrentarían los actores en campo abierto con explosiones "controladas" y astillas saltando por todas partes. "Y si se nos muere uno? La liamos Sam, pon a dos chavales con poco caché y arreando".

Así que nos encontramos con dos actores de medio pelo, uno de los cuales muere a medio metraje, de rostros angelicales, imberbes e ingenuos, sometidos a un tour de force que los va endureciendo y ensombreciendo a medida que descienden a los calabozos de los infiernos para completar su misión y alcanzar su personal redención

El ritmo de la película es frenético como no puede ser de otro modo cuando se usa este tipo de técnica pero es que además no se concede ni una tregua. Que los protagonistas llegan a una granja donde parece que se encuentran en paz, pues un avión se estrella justo delante de sus morros y para ser más hardcore, el piloto se carga a uno de los protas. Zasca a la media horita de empezar.


Hay un momento en el que la película sí se concede una pausa. Esa especie de catarsis que el protagonista experimenta cuando por fin se reúne con el batallón objetivo de su particular odisea y oye el canto celestial de un soldado. Momento lleno de paz y calma que nos deja coger aire y sirve de antesala para el gran número final, posiblemente el más complicado del rodaje... cientos de soldados corriendo hacia su muerte, bombas estallando por todos lados y nuestro prota corriendo contracorriente para alcanzar su misión. Superando todos los obstáculos para salvar las vidas de los que entorpecen su paso. Épica y simbolismo en estado puro.

Lo único que chirría entre tanta grandiosidad es la mala puntería que tienen los soldados alemanes y que hace descabalgar un poco de la crudeza y veracidad que de forma muy explícita y constante se muestra durante el metraje. Eso, y el aura de inmortalidad que tiene nuestro héroe de ojos azules para atravesar trincheras, puentes y ciudades sin apenas daños, pero vamos, que no enturbia en absoluto el resultado.

La película se cierra sobre sí misma como un círculo. Con nuestro protagonista descansando bajo un árbol, exactamente igual que en el arranque. La única diferencia es que su alma inicialmente cargada de inocencia, se acaba corrompiendo y rompiendo en mil pedazos tras vivir una aventura epopéyica tan descarnada como real.

Nada quiere destacar por encima del resto en 1917 sino que cada ingrediente se va añadiendo a la receta de esa pócima secreta que sólo los magos de más alto rango conocen. Eso es 1917 de Sam Mendes. Un todo indivisible e inmersivo que arrastra, durante dos horas, una amalgama de elementos que por separado son poca cosa pero juntos son la hostia. La puta hostia.

Felicidades Sam, misión cumplida.

9/10

domingo, 5 de septiembre de 2021

CRÍA CUERVOS... Y TE APUÑALARÁN POR LA ESPALDA

Navegando por Netflix una tarde cualquiera y buscando un título que tuviera una valoración aceptable en IMDB para invertir 2 horas de mi tiempo de aburrimiento supino, me topé con este título, "Puñales por la espalda". Reconozco que pasé por encima de esta película varias veces, pero la portada de Chris Evans con ese jersey de cuello alto y con pintas de seductor, no me motivaba nada.

Aun así, decido darle una oportunidad alentado por la alta valoración que la crítica le daba a la película. Sobre el papel, apunta maneras, un elenco atiborrado de estrellas que brillaron tiempo a. Christopher Plummer, Jamie Lee Curtis, Don Johnson, Nicole Colette que ya se había ganado mi corazón desde el 6º sentido y últimamente tras Heriditary, Daniel Craig y la sorpresa de la jornada, Ana de Armas y su angelical y sensible rostro. Acabo trempando cuando veo que el director es Rian Johnson, el artífice de aquella incalificable y espléndida Brick que me dejo con el culo torcido hace ya unos 15 años.

El cóctel es explosivo así que, al ataque. Y la película empieza a cámara lenta con unos perros galopando, pero que nada tiene que ver con el ritmo que el Sr. Johnson, que además de dirigir, escribe un guión redondo, le imprime a la película. 

El film se resume con la muerte del adinerado patriarca de una familia americana acomodada en el alto nivel de vida que disfrutan gracias a la pasta que el pobre padre ha cosechado con su éxito como escritor. Su familia, hijos, yerno, nueras y nietos son un rebaño de sanguijuelas que viven gracias a él, a pesar de repetirse como si de una competición de egos se tratase, que son los únicos artífices de sus respectivos éxitos. 

Lo que a priori parece una familia con el don de la providencia va desenmascarando a unos tipejos consentidos, mal criados, egoístas y codiciosos siempre a la sombra del omnipresente progenitor (ya sea en vida o a través de los cuadros que adornan las paredes de la mansión una vez muerto) y que no son capaces de hacer nada provechoso por ellos mismos. Entre ellos se cuela Ana de Armas, la enfermera inmigrante del patriarca que es la más conectada a él sentimentalmente. Considerada falsamente una más de la familia a pesar de que nadie sabe de donde procede. Colombia, Brasil… extranjera, en definitiva, lo que destila el racismo y la incultura de la blanca supremacía americana.


La narrativa de la película es perfecta, no hay manera de despegarse de la pantalla. A los 15 minutos ya está el pescado vendido. El muerto al hoyo y empezamos la partida de Cluedo que propone el director donde, claro está, todo espectador que se precie quiere resolver cuanto antes para alimentar su ego detectivesco y creerse el más listo de la clase. Rian Johnson nos dirige como marionetas, cambia el punto de vista de la narrativa para que el espectador (y los personajes) manejemos (casi) la misma información y tratemos de resolver el crimen. De entre todos los personajes se erige, Daniel Craig, que dibuja un histriónico detective que siempre parece ir 2 pasos por delante y saber más de lo que aparenta.

La planificación, con un abuso del planto corto, cortísimo, y la banda sonora, que complementa un clima de comedia negra, se suman a la receta del cóctel que, como los mojitos, parece que no, pero te ponen a tono. Nada sobra y nada falta, todo está perfectamente alineado y planificado para ir generando interés y curiosidad a medida que avanza el metraje.

Es magnífica también la disposición de detalles que inundan la casa y que simbolizan las claves del suceso. La partida de Go que da pistas sobre el desenlace y muestra la constante batalla entre negras y blancas (o buenos y malos), las marionetas que decoran la mansión, recogidas de La Huella de Mankievicz, que parecen simbolizar cómo el patriarca y el propio director, mueven los hilos de los personajes o el "donut" de cuchillos apuntando al centro, como un personaje más durante toda la película y que juega un papel fundamental en el giro final del film.

                                          

El desenlace sigue los cánones de las aventuras de Agatha Cristie o Arthur Conan Doyle. El detective resuelve el caso, desenmascara al asesino a lo Scooby Doo y el espectador empieza a atar los cabos que tenía ante sí. Siempre hay un cuñado que ya sabía quien era el malo pero para los que no se lo olían o se dejan engañar como un servidor, el final no decepciona y está a la altura del resto de la película.

Ojo que hay secuela confirmada con Rian Johnson, de nuevo, firmando guión y dirigiendo el cotarro y Sherlock Craig repitiendo rol. Película redonda, afilada como un cuchillo y mordaz sin aparente pretensión de serlo. Chapeau Rian.

8/10