Quizás el plano secuencia más clásico y pionero sea el de Orson Welles y su Sed de Mal. Quizás la primera vez que un plano secuencia fue el completo protagonista de un film fue el de La Soga de Hitchcock. Ha habido otros a lo largo de la historia del cine, la intro de Ojos de Serpiente, la maravilla técnica de Kill Bill vol.1, Goodfellas, en fin, muchos, pero quizás, y con el paso del tiempo, el plano secuencia hecho película que nos enseña Sam Mendes en su 1917 se convierta en el mejor de la historia. El tiempo dirá.
Alejandro González de Iñárritu ya nos regaló un ejercicio similar en Birdman con Oscar a la mejor película incluido, pero, la complejidad técnica de 1917 está a años luz de aquélla. Es tan preciosista y virtuosa; tan perfecta que no se permite el pestañeo. Si técnicamente, el plano secuencia, es un recurso de difícil ejecución por la complejidad que entraña la planificación milimétrica de todos los elementos, Mendes además riza el rizo con travellings imposibles, grúas sobrevolando el escenario y fuegos artificiales. Los truquitos clásicos para incluir disimulados cortes en la película, como esperar a que los actores entren en una gruta para aprovechar la oscuridad y cortar, están perfectamente bien disimulados y engranados para que la continuidad no pierda la esencia del plano en sí. Todo fluye, todo se mueve a la velocidad que Sam Mendes le imprime a la cámara y el resultado es magistral.
Los decorados y escenarios, mayoritariamente exteriores sin pantallita verde detrás, son majestuosos. Personalmente, la primera parte, cuando los soldados atraviesan esa "tierra de nadie" plagada de cadáveres, me parece tan mágica como tétrica. El barro, los alambres de espino, los casquillos de los proyectiles lanzados días atrás, todo está puesto en su sitio para representar el horror de una guerra y dejar el ambiente cargado de tristeza y desasosiego. La banda sonora se incrusta en las imágenes como si formaran un conjunto inseparable. Una fotografía impecable tanto en exteriores como interiores, que da la sensación de que se haya rodado con iluminación natural. La atmósfera es tan turbia, árida y sórdida que se puede oler el hedor de los cuerpos en descomposición. En fin, que para el que le gustan las cabriolas técnicas como a un servidor, da para paja.
Considero que la precisión, planificación, coreografía y tecnicidad necesarias para rodar un plano de estas características y no caer en la prepotencia de mostrar las virtudes subrayadas de un director, es algo al alcance de muy pocos. Es admirable que un director invierta tanto esfuerzo en rodar una escena que requiere tanta exactitud técnica e interpretativa. Cualquier error durante la toma se convierte en tragedia. No se puede hacer un corta y pega como ocurre normalmente, montando planos de diferentes tomas. Pues Sam Mendes lo hace a lo bestia, durante dos horas.
El guion es tan simple como efectivo y sirve de excusa para recorrer a hombros de dos soldados novatos, la excursión épica a la que se enfrentan por aceptar a ciegas una misión suicida pero que, de llegar a buen puerto, salvará la vida de miles de soldados ingleses. Roza la absurdidad mandar a dos soldados inexpertos a atravesar las líneas enemigas para cumplir una misión vital para el devenir de la guerra, pero repito, como excusa para vestir el espectáculo, cuela. Al final y salvando las distancias, no deja de ser una revisión de Salvar al Soldado Ryan bajo la mirada de un tipo que no es Spielberg, pero que ya come en la misma mesa.
En cuanto al elenco: el dúo de protagonista lo forman dos actores prácticamente desconocidos pero que complementan perfectamente el conjunto sin alardes ni excesos. Hay grandes nombres entre el casting reducidos a las apariciones estelares de Colin Firth y Benedict Dr. Strange. Entiendo que no se quiso invertir en estrellas de primer orden para no disparar el presupuesto, y que los casi 100 kilos que costó la peli se fueron en parafernalia técnica, fuegos artificiales y juguetitos varios. Mi mente retorcida en realidad piensa que no encontraron compañía de seguros capaz de cubrir los riesgos a los que enfrentarían los actores en campo abierto con explosiones "controladas" y astillas saltando por todas partes. "Y si se nos muere uno? La liamos Sam, pon a dos chavales con poco caché y arreando".Así que nos encontramos con dos actores de medio pelo, uno de los cuales muere a medio metraje, de rostros angelicales, imberbes e ingenuos, sometidos a un tour de force que los va endureciendo y ensombreciendo a medida que descienden a los calabozos de los infiernos para completar su misión y alcanzar su personal redención.
El ritmo de la película es frenético como no puede ser de otro modo cuando se usa este tipo de técnica pero es que además no se concede ni una tregua. Que los protagonistas llegan a una granja donde parece que se encuentran en paz, pues un avión se estrella justo delante de sus morros y para ser más hardcore, el piloto se carga a uno de los protas. Zasca a la media horita de empezar.
Hay un momento en el que la película sí se concede una pausa. Esa especie de catarsis que el protagonista experimenta cuando por fin se reúne con el batallón objetivo de su particular odisea y oye el canto celestial de un soldado. Momento lleno de paz y calma que nos deja coger aire y sirve de antesala para el gran número final, posiblemente el más complicado del rodaje... cientos de soldados corriendo hacia su muerte, bombas estallando por todos lados y nuestro prota corriendo contracorriente para alcanzar su misión. Superando todos los obstáculos para salvar las vidas de los que entorpecen su paso. Épica y simbolismo en estado puro.
Lo único que chirría entre tanta grandiosidad es la mala puntería que tienen los soldados alemanes y que hace descabalgar un poco de la crudeza y veracidad que de forma muy explícita y constante se muestra durante el metraje. Eso, y el aura de inmortalidad que tiene nuestro héroe de ojos azules para atravesar trincheras, puentes y ciudades sin apenas daños, pero vamos, que no enturbia en absoluto el resultado.
La película se cierra sobre sí misma como un círculo. Con nuestro protagonista descansando bajo un árbol, exactamente igual que en el arranque. La única diferencia es que su alma inicialmente cargada de inocencia, se acaba corrompiendo y rompiendo en mil pedazos tras vivir una aventura epopéyica tan descarnada como real.
Nada quiere destacar por encima del resto en 1917 sino que cada ingrediente se va añadiendo a la receta de esa pócima secreta que sólo los magos de más alto rango conocen. Eso es 1917 de Sam Mendes. Un todo indivisible e inmersivo que arrastra, durante dos horas, una amalgama de elementos que por separado son poca cosa pero juntos son la hostia. La puta hostia.
Felicidades Sam, misión cumplida.
9/10
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