domingo, 17 de octubre de 2021

CON UNA PELÍCULA, "VASTA"

Parece que última y sistemáticamente abuse del cine de terror a tenor de las recientes entradas de este blog pero, aunque es sólo pura coincidencia, sí es cierto que este género es el que más sorprendente me está resultando, gracias a esos jóvenes directores que apuestan por romper los cánones a los que nos tienen acostumbrados los ricachones estudios americanos.

En esta ocasión le toca a una película que raya la frontera entre el terror y la ciencia ficción, The Vast of Night. La ópera prima de Andrew Patterson que a pesar de su inexperiencia, tiene apariencia de haber sido dirigida por un veterano del medio. 

No es que sea un peliculón como muchos críticos han dicho, pero por la precocidad de su autor, es un tipo al que hay que seguir la pista. Me recuerda un poco al debut de Amenábar con la brillante Tesis, aunque luego ha ido encadenando mediocridades con obras maestras y últimamente está irreconocible.

Entrando en materia, la película está genialmente rodada y planificada con una sobriedad y elegancia que ya quisieran muchos. Patterson maneja la cámara con mucho talento aportando un estilo muy particular. En la mayoría del metraje, usa un ritmo suave con largos planos pero lo acelera cuando es necesario con una transición de rápidos planos cortos.

De inicio, podemos ver secuencias encadenadas de personajes hablando y caminando en mini-planos secuencia que, además, estás filmados muchas veces desde detrás de los actores, acompañándolos, siguiéndolos, como alguien que escucha conversaciones ajenas manteniendo una distancia prudencial para no ser descubierto. Este recurso con casi total ausencia del plano-contraplano, aporta fluidez y dinamismo a las secuencias y, como se irá descubriendo en el desarrollo de la trama, parece simbolizar a esa presencia entre las sombras que vigila y controla.

Mención a parte tiene el magistral plano secuencia que arranca desde la centralita donde trabaja la protagonista y atraviesa las calles del pueblo desiertas, pasa por parques y parkings hasta llegar al estadio donde está reunida toda la población presenciando un partido de baloncesto. 

Ambientada en una América sesentera, los decorados, personajes e incluso la textura de las imágenes, tienen un estilo vintage que visten el conjunto con una estética que nos teletransporta a la época.

El peso de la actuación lo sostienen exclusivamente los dos actores protagonistas, Sierra McCormick y Jake Horowitz. Él, locutor de una radio local con un punto de soberbia y prepotencia y ella, operadora de una centralita telefónica que profesa una admiración evidente sobre el chico y que siente fascinación por la ciencia como demuestra cuando enumera los inventos que llegarán antes del siglo XXI como las videollamadas o los coches eléctricos.

No es una película que destaque por su guion sino por la puesta en escena y la composición visual y sonora, sobre todo sonora, ya que todo el misterio sobre el que gira la trama, es un sonido que se cuela entre las llamadas de una centralita telefónica y que se difunde a través del programa de radio que pilota el prota de la película. El sonido y los amplios diálogos son los principales elementos del film y dejan la parte visual en un segundo plano. De hecho, es tal la oscuridad que impregna las imágenes (haciéndolas a veces ininteligibles) que se podría ver la película con los ojos cerrados y casi no se perdería detalle.

No hay apenas ni una imagen que revele situaciones anormales, sólo sonidos y avistamientos que nunca se manifiestan en pantalla hasta el tramo final, guardando cierta similitud a la divertida Extraterrestre de Nacho Vigalondo. Justo en ese momento, cuando llega la traca final, se transmite una calma y paz ante la belleza del acontecimiento que hace saltar por los aires el clima de misterio y tensión que inundaba la trama.

Noventa minutitos de duración que transcurren en una noche de pesada oscuridad, envolvente y amenazante, y una última media hora que es un subidón de pulsaciones y tensión que aún sabiendo hacia dónde camina el desenlace, sabe mantener la incertidumbre y el misterio hasta los últimos minutos que dura el final.

Patterson ha bañado su primera película con juguetonas referencias a los clásicos, como las imágenes de esa extraña pantalla que recuerda a La Dimensión Desconocida, pero sobre todo, ha querido homenajear aquel experimento radiofónico de Orson Welles que causó el pánico en la población, con la retransmisión de La Guerra de los Mundos, como demuestran las iniciales (WOTW) de la radio donde trabaja el protagonista.

Una película con mucho oficio a pesar de ser el debut de su director, que quizás por eso se nota que se lo ha pasado muy bien rodando. Ésa debe ser la clave.

7/10

martes, 12 de octubre de 2021

CALAMARES A LA COREANA

Vaya por delante que no soy un gran fanático de las series. Seguramente porque, para mantener mi equilibrio mental, necesito que las historias tengan un principio y un final, y esa incertidumbre que genera ver una serie sin saber si terminará o seguirá ad eternum temporada tras temporada, me mata. No he visto Juego de Tronos, no he visto La Casa de Papel ni tantas otras que parecen de obligado visionado para tener tema de conversación el lunes en el trabajo.

La excepción con esta serie de Netflix fue causada por la insistencia de mi hija pequeña que, otra cosa no tendrá pero es persuasiva e insistente hasta el agotamiento. Así que, una tarde de un domingo cualquiera, empezamos a ver El Juego del Calamar.

Tengo que decir que empecé a ver la serie sin tener prácticamente ni puta idea del argumento así que la primera sorpresa llegó al ver que era coreana. Minipunto nada más empezar. Aunque tengo cierta resistencia a ver cine chino o japonés, el coreano, muy cercano al estilo americano, me resulta muy refrescante y atractivo. Ejemplos como la oscarizada Parásitos o Train to Busan son buenas muestras de ello ofreciendo películas de gran nivel capaces de ruborizar a los grandes estudios de Hollywood.

Inmediatamente se presenta al personaje principal como un completo loser que roba dinero a su pobre madre la cual se desloma a trabajar mientras él vaguea y apuesta a los caballos. Además de mal hijo es un padre desastroso capaz de regalarle a su hija por su cumpleaños, un encendedor-pistola. Y eso, tras un golpe de suerte, porque el regalo lo obtiene finalmente gracias a un niño que le ayuda a conseguirlo in extremis. En un momento, nos han presentado a un personaje tan entrañable como desgraciado con un halo de suerte a su alrededor que a la postre será definitivo en su particular aventura.

El primer capítulo es brutal. Entramos en seguida en el perverso juego que promete un pastón si se consiguen superar las seis pruebas de las que consta el concurso. Lamentablemente y tras el salvaje primer juego del 1, 2, 3 pica pared con metralletas asesinando a todo aquel que se mueve cuando no toca, los jugadores se dan cuenta de que para superar las pruebas van a tener que arriesgar sus vidas. Siguiendo las reglas y democráticamente deciden usar el "comodín del público" y salir de esa competición macabra para volver a sus cotidianas vidas.

Tras ese momento es cuando de verdad se desarrolla la trama. En el primer episodio, los personajes son tentados con el suculento premio sin conocer las consecuencias de la derrota, pero cuando esos personajes, voluntariamente, deciden regresar al juego e intentar superar las diferentes pruebas para conseguir el botín, se manifiestan sus oscuras motivaciones que más tarde se irán revelando.

El argumento de la serie no es ninguna novedad, ya lo hemos visto varias veces en películas como Battle Royal, Los Juegos del Hambre, Cube o tirando un poco más de serie B, en Perseguido de Schwarzenegger. Un survivor game  de los de toda la vida, con los clásicos dilemas morales y éticos pero con la gran diferencia de que en todas ellas, las víctimas son obligadas a competir y en El Juego del Calamar, lo hacen de forma voluntaria.

Los personajes, de nuevo, son estereotipos vistos hasta la saciedad... el prota de principios férreos, el amigo inteligente, el otro amigo bobo (que casualmente es pakistaní... ay...), la chica guapa, el anciano sabio, el macarra, la puta, el líder de los malos, los ricos que mueven los hilos en la sombra... no falta nadie a la fiesta.

Lo que mantiene en vilo el interés es ir descubriendo los diferentes juegos que los pobres concursantes van a tener que ir superando y adivinar quién sobrevivirá hasta el final. Eso y los clásicos cliffhangers que ya estandarizaron JJ Abrams y Damon Lindelof con Perdidos, enganchan y hacen que la horita que dura cada capítulo, pase en un pestañeo.

Además del primer episodio, hay que destacar el sexto. Si la serie se caracteriza por estar cargada de imágenes crudas de asesinatos y suicidios, en el sexto capítulo se deshace en melodrama lacrimógeno al perder a la mitad de los personajes con los que más empatizamos. Un movimiento muy bien logrado para hacer criba de los concursantes y cargar la escena de un sentimentalismo baratero pero efectivo. Es, junto al primero, los mejores capítulos de la serie.

Las subtramas de la serie no tienen mucho recorrido y se adivinan rápidamente. El policía infiltrado que busca a su hermanito. Los guardias corruptos que trapichean con órganos. La relación paterno-filial entre el anciano y el prota... Toda una carga de clichés y tópicos y con un argumento altamente predecible a excepción de un par o tres de giros bien traídos.

 
El primero, el sacrificio de la mujer y el macarra con la serpiente tatuada. Segundo, el asesinato de la chica cuando sólo quedan tres jugadores y por último, en el último capítulo, el suicidio a modo de expiación del amigo del protagonista, que le otorga a éste la victoria final. El resto, pueden resultar sorprendentes para las juventudes que han hecho de la serie un hit mundial, pero los ancianos del lugar, ya nos sabemos la mayoría de las maniobras.

Cogido de los pelos está el final sorpresa con el abuelo sobreviviendo y relatando su motivación para participar en el juego. Sirve exclusivamente como motor para arrancar una segunda temporada que, siguiendo la tónica habitual de las segundas partes de la mayoría de series, será posiblemente un truño que ensombrecerá la calidad de la primera.

Pese a todo, una de las grandes virtudes de la serie es la de hacernos ver a esos deshechos de la sociedad como héroes. Ladrones, timadores, adictos al juego que no despertarían ninguna empatía en una situación normal, se vuelven aquí supervivientes atrapados por pura necesidad económica en un juego macabro para diversión de unos hombres poderosos. El espectador siente lástima y simpatía por unos tipos a los que miraríamos con desdén de cruzárnoslos por la calle.

Lo más atractivo de esta primera temporada, es que al final, no importa quién está detrás de la sádica organización que manifiesta su poder apostando con vidas humanas. En esa irrelevancia está la gracia del asunto. Podría ser cualquier grupo de poder o simplemente cuatro amiguetes podridos de dinero que dan rienda suelta a sus perversiones montando un circo romano. Qué más da. Lo que da sentido a la serie y al macabro juego, son los jugadores que voluntariamente se juegan sus vidas a cambio de un suculento botín. Porque no tienen nada que perder, porque el mundo exterior les depara un juego más salvaje todavía que las propias pruebas: volver a sus vidas y a una sociedad que los ha desahuciado y donde sólo pueden sobrevivir o abandonarse a su suerte. Aquí, al menos, tienen una oportunidad de solucionar sus miserias a cambio de dejar atrás su humanidad y engañar, traicionar o asesinar al resto de contrincantes y a la vez compañeros.

En resumen, El Juego del Calamar sin haber inventado nada, es una gran serie con un guion sólido, dinámica, con buenos actores y una temática e iconografía que se recordará durante mucho tiempo. Por eso, quiero pensar que la serie termina aquí. Con ese final abierto del prota utilizando el dinero del premio para dar caza a los artífices del show y fundido a negro. Chimpún.

7/10

MIDSOMMATARY

Midsommar... qué película... Y digo película en el sentido de ejercicio de captar imágenes a través de una cámara, ordenarlas y contar una historia, porque eso es Midsommar, una obra visual impecable.

El artífice de esta título es Ari Aster, un tipo que con sólo dos películas, ha conseguido lo que muchos no consiguen en toda su carrera. Dirigir unas obras de una factura tan brillante que da hasta asco.

Por ponerlo en perspectiva, Ari Aster es unos de esos directores que están reescribiendo el género de terror, como Jordan Peele o Robert "overrated" Eggers. Esta nueva corriente de terror asfixiante y de atmósferas agobiantes y perturbadoras, revitalizan un género que siempre tiende a refugiarse en el susto fácil y el chorreo de sangre.

Totalmente opuesta al Nuevo Extremismo Francés, de la mano de Pascal Laugier, Alexandre Aja, Alexandre Bustillo y tantos otros, esta nueva revisión del género, juega con la incomodidad del espectador sin necesidad de recurrir al torture-porn de los franceses. Usando una narrativa académica, planos fijos, ritmo pausado y un toque gore, consigue que en muchos momentos queramos darle al "palante" a la película para desahogar el malestar que provoca.

Aster debutó en el largometraje con la magnífica Hereditary y ha ampliado su curriculum con esta Midsommar que reincide en el tema de las sectas y que, a pesar de que tiene un guion más flojete, sigue deslumbrando por su técnica y la calidad de sus imágenes.

Además del guion, este nuevo film tiene dos problemas cuando se la compara con la debutante Hereditary. Uno, los actores, que aunque defienden bien la puesta en escena, no alcanzan la grandeza del trío protagonista de la primera. Y dos, la duración, y no lo digo porque sea larga, sino porque llega un momento en que los ritos y bailes se vuelven redundantes y espesan la historia innecesariamente. Y eso que Aster ya recortó la película unos treinta minutos... Parece que si de algo peca el tipo es de incontinencia narrativa porque además, ya ha anunciado que su próxima película, protagonizada por Joaquin Phoenix, durará cuatro horas, cuatro! Espero y deseo que no se estrelle por querer ser demasiado transgresor y que cada minuto que nos enseñe esté justificado y valga la pena.

Técnicamente, Midsommar es digna de elogio. Los planos tienen un perfección inusual, simétricos, jugando constantemente con la profundidad de campo mediante zooms que hacen aparecer o desaparecer elementos o personajes. A veces, prácticamente son fotografías contemplativas y espectaculares como las que arrancan la película con una serie de planos fijos de paisajes nevados. Se permite el director alguna cabriola técnica como el plano invertido empleado cuando los amigos viajan en coche por la carretera que les conduce a la comunidad y que parece advertirnos de que a partir de ahí, todo se va a poner patas arriba. Aunque yo, como siempre, con mis particulares interpretaciones, creo que es un guiñito al Upside Down de Stranger Things.

La historia de Midsommar arranca con la protagonista sufriendo un episodio crudo y traumático durante un intenso invierno, que sirve de introductor punto de partida. Aster, hábilmente, sitúa este capítulo antes de los títulos de crédito iniciales para evidenciar que sólo lo utiliza para presentar a los protagonistas y escenificar el origen de la crisis emocional que arrastra la actriz principal. Otros hubieran usado flashbacks o hubieran mantenido el misterio dejando caer píldoras de información a medida que avanza la película. Aster lo cuenta todo, desde el principio y no busca el efectismo del giro-sorpresa. La historia se recorre en una única dirección con un desenlace que se va cocinando a fuego lento y que cualquier espectador adivina casi de inmediato. No quiere engañarnos, quiere incomodarnos sabiendo que lo que estamos pensando que va a suceder, sucederá irremediablemente.

El segundo arranque de la película tiene lugar cuando la prota, Dani, su novio, Cristian y sus tres amiguetes, deciden hacer un viaje hasta Suecia para convivir en una comunidad pseudo-hippie con tradiciones nórdicas ancestrales. El motivo, es el festival del solsticio de verano que, cada noventa años y durante nueve días (ojo a la omnipresencia del número nueve) esta comunidad celebra mediante un ritual pagano.

En cuanto se presenta esta trama, uno ya se imagina que los incautos jovenzuelos serán sacrificados en algún rito de adoración u ofrenda al Dios de turno. Ya lo decía antes, el guion es facilón pero no aparenta preocupar al director que además da continuas pistas sobre el devenir de los acontecimientos. Los más identificables, son aquellos que se representan a través de las pinturas. La que muestra el ritual de enamoramiento a base de pelos púbicos y menstruación, o la que abre la película que directamente nos dibuja todo el argumento.

Es la atmósfera la que se vuelve protagonista absoluta de la película. Primero, porque la ausencia de oscuridad durante el solsticio, obliga a que todo suceda a plena luz del sol, desubicando al espectador que no sabe qué hora ni momento es. Después, porque a medida que avanzan los minutos, las intenciones de la comuna-secta se vuelven más evidentes y se crea una tensión en al ambiente que va golpeando como un martillo (guiño guiño). Por último, porque la relación entre Dani y Cristian que se mantiene viva por la necesidad de Dani de refugiarse en alguien tras su dramática pérdida, se va tensando y degradando hasta el desenlace final.

Esta relación sentimental, junto con la triste pérdida familiar de la protagonista, son los ejes sobre los que gira la película. Dani no es capaz de dejar a Cristian aun sabiendo que simplemente sigue con ella por lástima, porque teme quedarse sola. Por eso, a medida que pasa el tiempo, Dani entiende que esos hippies con tradiciones cuestionables, que la aceptan, que comparten su dolor a grito pelado y que la coronan como una reina, son en realidad, esa familia que va a llenar el vacío existencial que sufre. Y como catarsis final, decide abrazarlos abandonando todo lo que dejó atrás al cruzar esa puerta en forma de sol.

Paradójicamente, esa comunidad oscura y sórdida es la que aporta luz a las tinieblas que rodean a la protagonista, atrapada en una noche sin oscuridad y bañada por un sol que se proyecta en su rostro sonriente durante el fotograma final. Todo patas arriba.

                                       

Las deficiencias de la película, insisto, se concentran en el guion. Van desapareciendo personajes y aquí nadie se percata de nada. Las decisiones que toman los protagonistas son muy sospechosas y no adivinan el peligro ni que los maten. Nadie se sorprende con el comportamiento cambiante que van teniendo los comuneros ni con los rituales estrambóticos que se suceden día tras día. Nunca se plantean huir. Hasta el más tonto se daría cuenta de que son ofrendas con patas. Igual se han quedado alelados de tanto peyote pero vamos, que no cuela. Hay situaciones que están forzadas con palanca para dar continuidad a la trama.

Además otras cosas no acaban de quedar claras como el papel del hombre (o mujer) desfigurado fruto de una relación endogámica consentida y que tiene un par de apariciones que no acaban de quedar bien definidas. o qué contiene el libro sagrado, por ejemplo.

A pesar de estas lagunas, la película se sostiene gracias a su genialidad visual y narrativa adornada con una técnica metódica y exquisita que recuerda en momentos al perfeccionismo de Kubrick. Y eso, para un tipo que sólo ha rodado dos películas, son palabras mayores.

Ari Aster ha llegado. Espero que tenga talento suficiente para quedarse.

7/10