martes, 12 de octubre de 2021

CALAMARES A LA COREANA

Vaya por delante que no soy un gran fanático de las series. Seguramente porque, para mantener mi equilibrio mental, necesito que las historias tengan un principio y un final, y esa incertidumbre que genera ver una serie sin saber si terminará o seguirá ad eternum temporada tras temporada, me mata. No he visto Juego de Tronos, no he visto La Casa de Papel ni tantas otras que parecen de obligado visionado para tener tema de conversación el lunes en el trabajo.

La excepción con esta serie de Netflix fue causada por la insistencia de mi hija pequeña que, otra cosa no tendrá pero es persuasiva e insistente hasta el agotamiento. Así que, una tarde de un domingo cualquiera, empezamos a ver El Juego del Calamar.

Tengo que decir que empecé a ver la serie sin tener prácticamente ni puta idea del argumento así que la primera sorpresa llegó al ver que era coreana. Minipunto nada más empezar. Aunque tengo cierta resistencia a ver cine chino o japonés, el coreano, muy cercano al estilo americano, me resulta muy refrescante y atractivo. Ejemplos como la oscarizada Parásitos o Train to Busan son buenas muestras de ello ofreciendo películas de gran nivel capaces de ruborizar a los grandes estudios de Hollywood.

Inmediatamente se presenta al personaje principal como un completo loser que roba dinero a su pobre madre la cual se desloma a trabajar mientras él vaguea y apuesta a los caballos. Además de mal hijo es un padre desastroso capaz de regalarle a su hija por su cumpleaños, un encendedor-pistola. Y eso, tras un golpe de suerte, porque el regalo lo obtiene finalmente gracias a un niño que le ayuda a conseguirlo in extremis. En un momento, nos han presentado a un personaje tan entrañable como desgraciado con un halo de suerte a su alrededor que a la postre será definitivo en su particular aventura.

El primer capítulo es brutal. Entramos en seguida en el perverso juego que promete un pastón si se consiguen superar las seis pruebas de las que consta el concurso. Lamentablemente y tras el salvaje primer juego del 1, 2, 3 pica pared con metralletas asesinando a todo aquel que se mueve cuando no toca, los jugadores se dan cuenta de que para superar las pruebas van a tener que arriesgar sus vidas. Siguiendo las reglas y democráticamente deciden usar el "comodín del público" y salir de esa competición macabra para volver a sus cotidianas vidas.

Tras ese momento es cuando de verdad se desarrolla la trama. En el primer episodio, los personajes son tentados con el suculento premio sin conocer las consecuencias de la derrota, pero cuando esos personajes, voluntariamente, deciden regresar al juego e intentar superar las diferentes pruebas para conseguir el botín, se manifiestan sus oscuras motivaciones que más tarde se irán revelando.

El argumento de la serie no es ninguna novedad, ya lo hemos visto varias veces en películas como Battle Royal, Los Juegos del Hambre, Cube o tirando un poco más de serie B, en Perseguido de Schwarzenegger. Un survivor game  de los de toda la vida, con los clásicos dilemas morales y éticos pero con la gran diferencia de que en todas ellas, las víctimas son obligadas a competir y en El Juego del Calamar, lo hacen de forma voluntaria.

Los personajes, de nuevo, son estereotipos vistos hasta la saciedad... el prota de principios férreos, el amigo inteligente, el otro amigo bobo (que casualmente es pakistaní... ay...), la chica guapa, el anciano sabio, el macarra, la puta, el líder de los malos, los ricos que mueven los hilos en la sombra... no falta nadie a la fiesta.

Lo que mantiene en vilo el interés es ir descubriendo los diferentes juegos que los pobres concursantes van a tener que ir superando y adivinar quién sobrevivirá hasta el final. Eso y los clásicos cliffhangers que ya estandarizaron JJ Abrams y Damon Lindelof con Perdidos, enganchan y hacen que la horita que dura cada capítulo, pase en un pestañeo.

Además del primer episodio, hay que destacar el sexto. Si la serie se caracteriza por estar cargada de imágenes crudas de asesinatos y suicidios, en el sexto capítulo se deshace en melodrama lacrimógeno al perder a la mitad de los personajes con los que más empatizamos. Un movimiento muy bien logrado para hacer criba de los concursantes y cargar la escena de un sentimentalismo baratero pero efectivo. Es, junto al primero, los mejores capítulos de la serie.

Las subtramas de la serie no tienen mucho recorrido y se adivinan rápidamente. El policía infiltrado que busca a su hermanito. Los guardias corruptos que trapichean con órganos. La relación paterno-filial entre el anciano y el prota... Toda una carga de clichés y tópicos y con un argumento altamente predecible a excepción de un par o tres de giros bien traídos.

 
El primero, el sacrificio de la mujer y el macarra con la serpiente tatuada. Segundo, el asesinato de la chica cuando sólo quedan tres jugadores y por último, en el último capítulo, el suicidio a modo de expiación del amigo del protagonista, que le otorga a éste la victoria final. El resto, pueden resultar sorprendentes para las juventudes que han hecho de la serie un hit mundial, pero los ancianos del lugar, ya nos sabemos la mayoría de las maniobras.

Cogido de los pelos está el final sorpresa con el abuelo sobreviviendo y relatando su motivación para participar en el juego. Sirve exclusivamente como motor para arrancar una segunda temporada que, siguiendo la tónica habitual de las segundas partes de la mayoría de series, será posiblemente un truño que ensombrecerá la calidad de la primera.

Pese a todo, una de las grandes virtudes de la serie es la de hacernos ver a esos deshechos de la sociedad como héroes. Ladrones, timadores, adictos al juego que no despertarían ninguna empatía en una situación normal, se vuelven aquí supervivientes atrapados por pura necesidad económica en un juego macabro para diversión de unos hombres poderosos. El espectador siente lástima y simpatía por unos tipos a los que miraríamos con desdén de cruzárnoslos por la calle.

Lo más atractivo de esta primera temporada, es que al final, no importa quién está detrás de la sádica organización que manifiesta su poder apostando con vidas humanas. En esa irrelevancia está la gracia del asunto. Podría ser cualquier grupo de poder o simplemente cuatro amiguetes podridos de dinero que dan rienda suelta a sus perversiones montando un circo romano. Qué más da. Lo que da sentido a la serie y al macabro juego, son los jugadores que voluntariamente se juegan sus vidas a cambio de un suculento botín. Porque no tienen nada que perder, porque el mundo exterior les depara un juego más salvaje todavía que las propias pruebas: volver a sus vidas y a una sociedad que los ha desahuciado y donde sólo pueden sobrevivir o abandonarse a su suerte. Aquí, al menos, tienen una oportunidad de solucionar sus miserias a cambio de dejar atrás su humanidad y engañar, traicionar o asesinar al resto de contrincantes y a la vez compañeros.

En resumen, El Juego del Calamar sin haber inventado nada, es una gran serie con un guion sólido, dinámica, con buenos actores y una temática e iconografía que se recordará durante mucho tiempo. Por eso, quiero pensar que la serie termina aquí. Con ese final abierto del prota utilizando el dinero del premio para dar caza a los artífices del show y fundido a negro. Chimpún.

7/10

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