martes, 12 de octubre de 2021

MIDSOMMATARY

Midsommar... qué película... Y digo película en el sentido de ejercicio de captar imágenes a través de una cámara, ordenarlas y contar una historia, porque eso es Midsommar, una obra visual impecable.

El artífice de esta título es Ari Aster, un tipo que con sólo dos películas, ha conseguido lo que muchos no consiguen en toda su carrera. Dirigir unas obras de una factura tan brillante que da hasta asco.

Por ponerlo en perspectiva, Ari Aster es unos de esos directores que están reescribiendo el género de terror, como Jordan Peele o Robert "overrated" Eggers. Esta nueva corriente de terror asfixiante y de atmósferas agobiantes y perturbadoras, revitalizan un género que siempre tiende a refugiarse en el susto fácil y el chorreo de sangre.

Totalmente opuesta al Nuevo Extremismo Francés, de la mano de Pascal Laugier, Alexandre Aja, Alexandre Bustillo y tantos otros, esta nueva revisión del género, juega con la incomodidad del espectador sin necesidad de recurrir al torture-porn de los franceses. Usando una narrativa académica, planos fijos, ritmo pausado y un toque gore, consigue que en muchos momentos queramos darle al "palante" a la película para desahogar el malestar que provoca.

Aster debutó en el largometraje con la magnífica Hereditary y ha ampliado su curriculum con esta Midsommar que reincide en el tema de las sectas y que, a pesar de que tiene un guion más flojete, sigue deslumbrando por su técnica y la calidad de sus imágenes.

Además del guion, este nuevo film tiene dos problemas cuando se la compara con la debutante Hereditary. Uno, los actores, que aunque defienden bien la puesta en escena, no alcanzan la grandeza del trío protagonista de la primera. Y dos, la duración, y no lo digo porque sea larga, sino porque llega un momento en que los ritos y bailes se vuelven redundantes y espesan la historia innecesariamente. Y eso que Aster ya recortó la película unos treinta minutos... Parece que si de algo peca el tipo es de incontinencia narrativa porque además, ya ha anunciado que su próxima película, protagonizada por Joaquin Phoenix, durará cuatro horas, cuatro! Espero y deseo que no se estrelle por querer ser demasiado transgresor y que cada minuto que nos enseñe esté justificado y valga la pena.

Técnicamente, Midsommar es digna de elogio. Los planos tienen un perfección inusual, simétricos, jugando constantemente con la profundidad de campo mediante zooms que hacen aparecer o desaparecer elementos o personajes. A veces, prácticamente son fotografías contemplativas y espectaculares como las que arrancan la película con una serie de planos fijos de paisajes nevados. Se permite el director alguna cabriola técnica como el plano invertido empleado cuando los amigos viajan en coche por la carretera que les conduce a la comunidad y que parece advertirnos de que a partir de ahí, todo se va a poner patas arriba. Aunque yo, como siempre, con mis particulares interpretaciones, creo que es un guiñito al Upside Down de Stranger Things.

La historia de Midsommar arranca con la protagonista sufriendo un episodio crudo y traumático durante un intenso invierno, que sirve de introductor punto de partida. Aster, hábilmente, sitúa este capítulo antes de los títulos de crédito iniciales para evidenciar que sólo lo utiliza para presentar a los protagonistas y escenificar el origen de la crisis emocional que arrastra la actriz principal. Otros hubieran usado flashbacks o hubieran mantenido el misterio dejando caer píldoras de información a medida que avanza la película. Aster lo cuenta todo, desde el principio y no busca el efectismo del giro-sorpresa. La historia se recorre en una única dirección con un desenlace que se va cocinando a fuego lento y que cualquier espectador adivina casi de inmediato. No quiere engañarnos, quiere incomodarnos sabiendo que lo que estamos pensando que va a suceder, sucederá irremediablemente.

El segundo arranque de la película tiene lugar cuando la prota, Dani, su novio, Cristian y sus tres amiguetes, deciden hacer un viaje hasta Suecia para convivir en una comunidad pseudo-hippie con tradiciones nórdicas ancestrales. El motivo, es el festival del solsticio de verano que, cada noventa años y durante nueve días (ojo a la omnipresencia del número nueve) esta comunidad celebra mediante un ritual pagano.

En cuanto se presenta esta trama, uno ya se imagina que los incautos jovenzuelos serán sacrificados en algún rito de adoración u ofrenda al Dios de turno. Ya lo decía antes, el guion es facilón pero no aparenta preocupar al director que además da continuas pistas sobre el devenir de los acontecimientos. Los más identificables, son aquellos que se representan a través de las pinturas. La que muestra el ritual de enamoramiento a base de pelos púbicos y menstruación, o la que abre la película que directamente nos dibuja todo el argumento.

Es la atmósfera la que se vuelve protagonista absoluta de la película. Primero, porque la ausencia de oscuridad durante el solsticio, obliga a que todo suceda a plena luz del sol, desubicando al espectador que no sabe qué hora ni momento es. Después, porque a medida que avanzan los minutos, las intenciones de la comuna-secta se vuelven más evidentes y se crea una tensión en al ambiente que va golpeando como un martillo (guiño guiño). Por último, porque la relación entre Dani y Cristian que se mantiene viva por la necesidad de Dani de refugiarse en alguien tras su dramática pérdida, se va tensando y degradando hasta el desenlace final.

Esta relación sentimental, junto con la triste pérdida familiar de la protagonista, son los ejes sobre los que gira la película. Dani no es capaz de dejar a Cristian aun sabiendo que simplemente sigue con ella por lástima, porque teme quedarse sola. Por eso, a medida que pasa el tiempo, Dani entiende que esos hippies con tradiciones cuestionables, que la aceptan, que comparten su dolor a grito pelado y que la coronan como una reina, son en realidad, esa familia que va a llenar el vacío existencial que sufre. Y como catarsis final, decide abrazarlos abandonando todo lo que dejó atrás al cruzar esa puerta en forma de sol.

Paradójicamente, esa comunidad oscura y sórdida es la que aporta luz a las tinieblas que rodean a la protagonista, atrapada en una noche sin oscuridad y bañada por un sol que se proyecta en su rostro sonriente durante el fotograma final. Todo patas arriba.

                                       

Las deficiencias de la película, insisto, se concentran en el guion. Van desapareciendo personajes y aquí nadie se percata de nada. Las decisiones que toman los protagonistas son muy sospechosas y no adivinan el peligro ni que los maten. Nadie se sorprende con el comportamiento cambiante que van teniendo los comuneros ni con los rituales estrambóticos que se suceden día tras día. Nunca se plantean huir. Hasta el más tonto se daría cuenta de que son ofrendas con patas. Igual se han quedado alelados de tanto peyote pero vamos, que no cuela. Hay situaciones que están forzadas con palanca para dar continuidad a la trama.

Además otras cosas no acaban de quedar claras como el papel del hombre (o mujer) desfigurado fruto de una relación endogámica consentida y que tiene un par de apariciones que no acaban de quedar bien definidas. o qué contiene el libro sagrado, por ejemplo.

A pesar de estas lagunas, la película se sostiene gracias a su genialidad visual y narrativa adornada con una técnica metódica y exquisita que recuerda en momentos al perfeccionismo de Kubrick. Y eso, para un tipo que sólo ha rodado dos películas, son palabras mayores.

Ari Aster ha llegado. Espero que tenga talento suficiente para quedarse.

7/10

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