lunes, 1 de mayo de 2023

MÁS AFTERSUN Y MENOS FILTROS

No soy amante ni defensor del cine dramático ni sentimentaloide. En realidad, lo evito siempre que puedo. No es un género que me guste explorar buscando pequeñas joyas o que me entretenga una tarde de domingo así que sólo elijo aquellas películas con buen currículum, ya sea por el cartel de artistas o por una crítica unánime y positiva. Vamos, que voy a tiro hecho.


Siguiendo las recomendaciones de mi cinéfilo psicólogo. me acerco a Aftersun sin tener ni idea de su temática, elenco ni crítica. Me puedo arriesgar de esta manera porque acierta en cada uno de sus consejos y además, como digo, es mi psicólogo y tengo que hacerle caso.

La película empieza con ese sonido tan característico que hacían las antiguas cámaras de video al rebobinar las pequeñas cintas donde se almacenaban horas y horas de aburridas vacaciones y fiestas de cumpleaños, y vemos un video casero donde una hija y un padre tienen una casual conversación y ella pregunta repetidamente "dónde te imaginabas acabar cuando tenías once años?". El video se congela antes de la respuesta para cambiar a una mujer en una especie de discoteca bañada en luces estroboscópicas mirando fijamente a la cámara. Y así arranca y parece que no has visto nada y su directora, Charlotte Wells, te ha contado media película.


Lo que vamos a presenciar durante poco más de hora y media es a una Sophie adulta intentando reconstruir las últimas vacaciones que pasó junto a su padre Calum cuando tenía once años. Uniendo los retales de unos cuantos videos domésticos y recuerdos escondidos en su memoria, ordena las imágenes y las mira desde otro ángulo para tratar de encontrar explicaciones al abandono de su progenitor. Desde la perspectiva de una mujer, madre de una criatura, que vive en pareja, desentraña los hechos que siendo niña le pasaron desapercibidos. Quizás porque ocurrieron fuera de plano o quizás porque su pequeña mente todavía no entendía pero ahora, con la distancia que le da la vida, parece encajar las piezas o al menos, comprender los motivos que hicieron que su padre la abandonara tras aquellas vacaciones y finalmente, perdonarlo.


Esas piezas son precisamente los momentos que sólo como espectador apreciamos y nos ayudan a comprender el fondo de la historia. 

El esfuerzo de un padre, recién divorciado, por hacer pasar a su hija unas vacaciones inolvidables. Un padre del que no se sabe mucho pero del que se adivina todo. Posiblemente sumido en una depresión, abandonado, sabedor que ha perdido a su familia, probablemente porque su mujer decide dejarlo por su mediocridad o su inmadurez o porque tuvieron una hija muy jóvenes y la perspectiva de vida de cada uno ha cambiado. Aderezado todo con problemas con la bebida y cierto flirteo con el suicidio que nunca sabremos si acaba consumándose. Qué más da.

Ese padre refugiado en el Tai Chi para canalizar sus ansiedades o frustraciones, que fuma y baila a escondidas, que se emborracha y queda engullido por el mar cuando su hija prefiere irse con unos chavales que pasar otra noche con él, que cumple años con una sonrisa forzada, que llora desnudo desconsoladamente, que no sabe cómo se ha roto la muñeca ni qué le ha pasado en el cuello, seguramente consecuencia de excesos de alcohol, que compra una alfombra carísima que no puede permitirse para que cuente su historia y rememore los recuerdos de ese viaje.

Un padre roto que sabe que la vida que había construido, de mejor o peor forma, se desmorona y el único ancla que le mantiene en tierra firme es el amor por su hija, por eso, cuando el viaje termina y se acaba el último baile al ritmo de Under Pressure, no queda nada a lo que aferrarse y sólo puede cobijarse en un rincón de la memoria de su hija y hundirse en ese lugar oscuro del que no va a poder escapar.

Ese final, ese plano que circula desde la Sophie de once años inocente y ajena a los problemas de la vida adulta, que pasa a la Sophie madre entendiendo por fin al hombre que era su padre y los demonios con los que lidiaba, que sigue hacia la mirada de un padre movido por el amor a su hija y termina con ese hombre abandonado entre los recuerdos y decidido a hundirse en una forzada y forzosa soledad; ese plano, debe figurar por méritos propios entre los más emocionales y conmovedores de la historia del cine.


La película no destaca de un punto de vista técnico porque lo que prima sobre todas las cosas es el sentimiento que transmiten sus imágenes, las miradas y los gestos, la química entre los dos protagonistas, pero no sería justo no destacar los recursos narrativos y visuales que utiliza la directora Charlotte Wells en ésta su ópera prima. Como juega y entrelaza las imágenes de los videos caseros con planos reales, los reflejos, los encuadres, la iluminación para dejar en penumbra a Calum o los efectos de luces en las secuencias de la discoteca. Se nota una artesanía y cuidado por los detalles que evocan nostalgia por un cine de autor que se ha perdido entre pantallas de CGI y producciones en masa de las grandes plataformas.

En cuanto a los dos actores protagonistas, sus actuaciones son sublimes, Frankie Corio como Sophie transmite esa ingenuidad e inocencia propia de una niña preadolescente que empieza a descubrir la atracción sexual, las clases sociales, las juergas entre amigos... de otro lado, la interpretación de Paul Mescal, está a otro nivel. Digno nominado al Óscar, Mescal imprime a su personaje tal cantidad de capas y matices que puedes llegar al alma de ese padre depresivo a través de sus ojos, de la contención de sus actos. Magistral.


Es una película de mínimas expresiones y máximos significados. Una película tan íntima que a veces uno se siente incómodo por estar presente en las conversaciones cotidianas de un padre y su hija. Los que somos padres, de hijas además, queremos ser Calum, el padre abnegado que sólo procesa atención, comprensión, ternura, protección... amor en definitiva por su pequeña y no el padre que riñe a su hijo porque tiene una pataleta por no querer salir de la piscina... a veces, hace falta que te retuerzan el corazón para recordar de qué va esto de vivir, que te recuerden cuál es el motor que nos debería mover, las cosas por las que vale la pena luchar y resistir y persistir y cómo perderlas te vacían el alma incluso hasta el extremo de no poder soportarlo. Hasta el extremo de querer acabar con todo.

A veces hacen falta películas así. Aunque duelan.

9/10

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