domingo, 24 de noviembre de 2024

ARDE CADAQUÉS

Después de la recomendación de una compañera de trabajo, a la que admito que inicialmente no hice ningún caso, apareció ante mí Casa en Flames, lo nuevo de Dani de la Orden, con guion de Eduard Solà, repitiendo binomio tras la romántica Barcelona, Nits d'Estiu, que ya adelantaba lo que estos dos son capaces de hacer combinando comedia y drama.


Rodada en una fresca combinación catalano-castellana, que alguno ha criticado y que mí me resulta perfectamente encajada en la realidad actual del país, lo que nos retrata Casa en Flames, es un capítulo en la vida de una burguesa familia de Barcelona que van a pasar un último fin de semana juntos en su casa de veraneo en Cadaqués, antes de venderla para poder pagar la residencia de la iaia. Una familia que ha ido heredando un ostentoso patrimonio generación tras generación, pero "con cuatro duros en el banco" como bien se encarga el guionista de apuntillar.


A medida que progresa la película, uno se da cuenta de que lo que empieza siendo un retrato costumbrista y colorido se va tornando en un estilo más barroco, en un tenebrismo que desnuda las miserias y embustes de esa familia, en apariencia, exclusiva y adinerada, adentrándonos en un laberinto de secretos, confabulaciones, persecución de intereses personales, que aunque se representan de forma algo excesiva y exagerada, genera una cercanía que llega a avergonzarnos al ver reflejados comportamientos de nuestras propias familias.

Ante todo, la película es la interpretación de sus actores, liderados por una eterna y en plena forma Emma Vilarasau, como Montse, la Madre, en mayúsculas. Respaldada por un Alberto San Juán en estado de gracia en el papel de Carlos, padre y ex-marido, y completado por un elenco coral: Clara Segura, en un rol fundamental para el desarrollo de la trama. Enric Auquer, en el papel del hijo, David. María Rodríguez Soto, como Júlia, la hija sargento y Macarena García, en su repetitivo papel de chica mona. El resto del reparto, aunque tienen apariciones más secundarias, ejecutan sus papeles con notable esfuerzo y convicción. Hay una química entre los actores que crece con la película y nunca rechina. Sólo me rasca la interpretación de Macarena García que me resulta demasiado boba, pero es bastante accesoria y desaparece antes del tercer acto sin que nadie la eche de menos.
Me encanta como van mutando los personajes a lo largo de la película. El hijo, David, que aparenta inicialmente ser un rompecorazones que enamora a las chicas con su sensibilidad acaba siendo un pelele narcisista viviendo en una burbuja de falsos elogios que alimentan su ego y donde juega a ser un artista bohemio y soñador que resulta ser tan patético como mediocre.
La hija, esa mujer recta, firme, tradicional, que gobierna a su familia con mano de hierro, que ningunea a su marido con una actitud pasivo-agresiva, termina convertida en una esposa infiel y una madre que reniega de su familia.
Carlos, el padre, que parece ser un romántico que no quiere deshacerse de la casa donde en el algún momento fueron felices, se descubre como un hombre ruin, ladrón y mentiroso.
La única que muestra oscuras intenciones desde el principio es Montse, que se desenmascara nada más empezar la película cuando abandona el cadáver de su madre en uno de los mejores momentos de la película. Un momento que además, de forma muy inteligente, nos hace cómplices como espectadores de su sórdido secreto.


A las interpretaciones se suma el excelente guion, con unos personajes bien definidos, profundos pero cotidianos, repleto de crudos diálogos y silencios que dicen mucho.
Complementado como un personaje más, un Cadaqués de postal mostrado con una fotografía y un sonido lleno de texturas y relieves que evoca nostalgia y te transporta a esos veranos de chicharras cantando, brisa de mar y sal en los labios, olor a pino, risas y cenas a la fresca.
Todas esas piezas consiguen acercarnos a esa privilegiada familia que aunque resulte lejana en sus lujos, está más cerca de cualquiera en su cotidianidad.

Por buscarle un pero, porque yo soy así, encuentro la explosión final, en sentido figurado (guiño) muy atropellada. La batería de confesiones que se suceden en la traca final y que acaba de hacer saltar todo por los aires, en sentido literal (guiño guiño), está a veces cogida de los pelos y fuerza la maquinaria para hacer de ese crescendo el clímax definitivo.


Por otro lado, la dirección y narrativa que desarrolla Dani de la Orden va siempre a remolque del resto de elementos. Pone la cámara de forma sobria y elegante donde corresponde para intentar dar la máxima amplitud al plano y que el encuadre encaje en el escenario como si de una obra de teatro se tratara y lo aplaudo por ello, pero (y otro pero más) se hace muy evidente por donde van los tiros en varios momentos y subraya detalles innecesariamente:
Los planos detalle de los cigarrillos encendidos que va dejando Montse por la casa...
o cuando ésta le insiste a su hija de los peligros de dejar a las niñas jugando solas junto al espigón...
o el marco con la foto familiar que se rompe en el momento de la gran bronca...
o las miradas de Montse a su hija descubriendo su infidelidad antes que nadie...

Prefiero el Dani de la Orden más sutil que deja a Montse sola después de una breve cena con sushi que seguramente había idealizado y que esperaba que durase hasta altas horas de la noche recordando momentos felices entre risas y gin tonics. Que la abandona después en el barco mientras todos se van a esa "cal·la". Que deja en definitiva y constantemente a Montse sola, fumando, sumida en su fracaso como madre, como esposa, como abuela y como hija. Una Montse que quizás se imagine muriendo sola y abandonada. Como su madre.

La sutileza al ir mostrando como en esa familia se han abandonado los unos a los otros hace tiempo. Que no comparten un rato desde hace meses y que no han pasado un fin de semana juntos desde hace años.
El Dani de la Orden que nos enseña conversaciones vacías entre un padre y una hija que llevan tiempo sin hablar y que empiezan con un "Qué tal?" y acaban con un "Bien", y ya.
Que utiliza el agua como elemento reparador que lo sofoca todo, tal y como nos enseña en el momento en el que Júlia se lanza al mar y apaga el incendio que se iniciaba en ese conato de discusión en el barco. Y lo muestra también en la secuencia del incendio (el de verdad) cuando Montse coge la manguera con intención de apagar el fuego y decide no encenderla dejando que se conviertan en cenizas los recuerdos de una familia que quizás, nunca lo fue.

Es también una película de mujeres poderosas (que no empoderadas). Empezando por la tieta, propietaria original de esa casa de ensueño. Secundada por Montse, la matriarca maquiavélica que conoce las intenciones y secretos de todos sus allegados y los manipula a su conveniencia.
Júlia, que quiere ser la digna sucesora al trono del matriarcado y que compite frontalmente con su madre para demostrarlo.

La psicóloga, gran Clara Segura, que está de vuelta de todo y que provoca la chispa dentro del polvorín con ese juego de Gestalt. Juego por otro lado que se convierte en uno de los ejes de la trama y que sirve de punto de partida en la escalada de violencia afectiva que se va sucediendo durante toda la segunda parte de la película y que encuentra su punto álgido en el final. 

Un final muy representativo, donde Montse fuerza y da vida a su particular juego y ve cómo se quema su lugar elegido y como su familia acude a rescatarla para cerrar la función con un abrazo mientras contemplan como la casa, símbolo indiscutible de una familia, se deshace entre las llamas.

Por contra, los hombres son todos marionetas en manos de esas mujeres. Tanto el ex-marido Carlos, intentando constantemente disfrazar su mentira, como el marido de Júlia que no es capaz ni de abrir la balconera por sí mismo y evidentemente como David, un niñato pusilánime que no puede salir de debajo del ala de su madre.

Aunque seré injusto con el resto del casting, los momentos estelares de la película se los lleva todos Emma Vilarasau, alcanzando la excelencia con el sublime monólogo final. Su actuación es magistral y logra dar vida a un personaje rico en detalles, envuelto en un halo de ternura que no es nada más que la fachada de una mujer con un oculto y perverso propósito capaz de cualquier cosa para llevarlo a fin.

Montse va a hacer lo que sea necesario para juntar a su familia de nuevo. Aunque sea por un momento. Aunque por el camino haya tenido que dejar a su madre muerta en el suelo. Aunque deba quemarlo todo.

Pues que arda.

8/10

domingo, 14 de enero de 2024

LA SUCIEDAD DE LA NIEVE

Después de varias entradas en este blog con una candidez inusual en mí, empiezo este año 2024 con ganas de guerra. Además, hace tiempo que tengo ganas de incorporar a J.A. Bayona a este blog y darle un poquito de cera así que, que mejor ocasión que el estreno de su último largo La Sociedad de la Nieve, para despacharme a gusto.

Ay Juan Antonio... qué te verá la gente para haberte llevado tan lejos siendo tan mediocre... tienes el mérito de darle a la audiencia y a los que manejan la pasta, lo que te piden. Tienes la suerte de tener a la crítica de tu parte y si embargo yo, necio de mí, sólo veo a un director insulso, sin alma, sin personalidad. Un imitador, un copión, que simplemente cumple con el trámite y lo baña todo de un efectismo que gusta a la crítica, cala en el público y enamora a los productores. Es evidente que el que está equivocado soy yo, pero es que ninguno de sus anteriores títulos ni esta Sociedad de la Nieve consiguen conectar con mis emociones. También podría ser que esté corrupto o tarado o las dos cosas a la vez. Que sería lo más probable.

Bayona tiene escuela, la ESCAC para ser exactos, y se nota. Conjuga los elementos del cine perfectamente para ofrecer un producto bien armado, definido y robusto. No se le puede criticar nada de su técnica, de su puesta en escena, de su planificación. Lamentablemente, es un mero hacedor de películas que parece hacer obras por encargo. Que no es poco ni fácil, pero ni de lejos es suficiente para que eleven su figura al Olimpo.

Su carrera se inicia bajo el apadrinamiento de Guillermo del Toro quien produce su ópera prima, El Orfanato, siempre a la sombra de Los Otros de Amenábar. Se sabe que Bayona se fijó muy mucho en la obra de Amenábar para dar forma a su primera puesta de largo. No tiene nada de malo, todos tenemos nuestros referentes e influencias. El problema es que no es capaz de imprimir un sello personal, no hay nada reconocible en sus películas que identifique su estilo, nada. Son "simples" películas de laboratorio. Muy bien hechas, muy bonitas, pero nada más.

Después saltó a Hollywood y se animó, sin miedo a las alturas, a ponerse al mando de una superproducción con Lo Imposible. Ahí se desenmascara el Bayona del "quiero y no puedo". Quiere pero no puede ser como su idolatrado Steven Spielberg, repitiendo y combinando mecanismos emocionales y lazos familiares (la búsqueda y reencuentro familiar entre la tragedia del tsunami) en una suerte de mix entre La Guerra de los Mundos y Salvar al Soldado Ryan. Debió hacerlo bastante bien a tenor de los éxitos cosechados pero, de nuevo, no conecta conmigo, no traspasa la pantalla. Eso sí, las grandes secuencias de acción como las del tsunami las rueda con una genialidad pasmosa.

Más tarde prueba con el drama íntimo en Un Monstruo Viene a Verme que de nuevo me recuerda demasiado al estilo de Amenábar en Mar Adentro y por último se vuelve un fiel clonador Spielbergriano al dirigir Jurassic World.

Ahora que ya queda patente mi opinión sobre el pequeño-gran J.A. Bayona, veamos que nos depara esta Sociedad de la Nieve, pagada por Netflix, y qué la hace tan especial como aparenta para estar en boca de todo el mundo.

Lo primero que hay que destacar de esta película es su calidad cinematográfica. La fuerza visual es incuestionable. La recreación de los 70 con colores saturados y gente fumando hasta en los aviones. La fotografía de Pedro Luque es de una calidad extraterrestre. Rodada en 35mm dando esas texturas que no son capaces de generar todavía las grabaciones digitales. La caracterización de los personajes, la delgadez progresiva de los actores, las localizaciones, los tonos azulados, el rugido del viento y el silencio de la montaña. Se siente el frío, se siente el hambre, se siente la desesperación y se siente la muerte. Una puesta en escena muy potente.

La gran virtud de Bayona en esta revisión de la tragedia de los Andes es intentar no cuestionarse el canibalismo como un acto aislado, si no como una consecuencia de la supervivencia a la que se aferran los protagonistas. Se intenta alejar de la moralina fácil y se centra en contarnos una historia de instintos salvajes, de supervivencia, de superación, de pertenencia a la manada, de resistencia y resiliencia. Es hábil para no mostrar imágenes demasiado explícitas (aunque alguna se le escapa) y no enfatiza demasiado el momento en el que se cruza la línea por primera vez. De hecho muestra el momento desde dentro del avión, a través de una ventana, como lo vemos nosotros a través la pantalla y lo hace desde la perspectiva de Numa, el único integrante de esa sociedad de la nieve que no va a probar bocado hasta el día de su muerte. Es precisamente Numa el que representa la moral, los valores cristianos que no deben corromperse por grande que sea la tentación o la necesidad. Es Numa ese narrador sospechoso que nos va complementando en off los juicios morales que van superando los supervivientes a medida que, como dice el propio personaje, lo impensable se vuelve rutina.

El espíritu de esta Sociedad de la Nieve no es otro que la supervivencia colectiva. La organización y las normas que establecen sus integrantes para resistir ante la adversidad y no perder nunca la esperanza. El consentimiento que se dan los vivos antes de morir para servir de comida al resto. Es sólo un grupo de personas que ya hace tiempo que han superado lo que es inmoral y donde el debate gira únicamente en torno a cómo sobrevivir, porque si algo queda claro en esta película, es que nadie quiere dejarse morir, ni siquiera Numa, aunque sucumba a sus principios, no se abandona nunca. Se castiga y pide perdón a sus compañeros cuando su cuerpo débil y enfermo ya no puede ayudarles pero, aunque se niega a probar bocado, no pretende abandonar la lucha por sobrevivir en ningún momento.

La narrativa ya es más cuestionable. Bayona falla como siempre al intentar transmitir emociones y fuerza y enfatiza los momentos que le conviene para obligarnos a empatizar con los personajes, cuando él decide. El efectismo es evidente y llamativo: Subraya las muertes proyectando los nombres y la edad de cada fallecido en pantalla para hacernos sentir una forzada tristeza y desaliento por los vivos. Entierra los restos humanos de un personaje que días atrás había sido una ración de viaje. Abusa del sufrimiento de lo enfermos en general y de Numa en particular e incluso "mata" al narrador de la historia en un golpe de efecto muy tramposo.

Además le sobran minutos, a mi gusto, bastantes. Tiene fácil un recorte de 30 minutos sin que se pierda nada. Exactamente igual que le pasaba a Viven hace 30 años. Hasta en eso copia.

Es que incluso la música me recuerda demasiado a Amenábar y a sus bases de piano.

No negaré que la película tiene momentos estelares. El accidente está rodado con maestría. El uso de la música, los sonidos de huesos rotos, la tensión y terror de los protagonistas. Una maravilla. Me sobra la exposición que hace uno de los pasajeros al explicar, con gráfico incluido, cómo y por qué se producirá el accidente... le ha faltado hacer un Power Point.

La sociedad de la Nieve es seguramente la mejor película Bayona hasta la fecha. Tiene todo el catálogo de carencias habituales pero mejora como director al rodar de forma más subliminal, menos evidente. Invita al espectador a decidir que haríamos nosotros en esa situación. Qué seríamos capaces de hacer y qué no. Y no me refiero sólo a comerse crudo a un compañero muerto la noche anterior. Me refiero a escalar una montaña a 4.000 metros de altura, a dormir a la intemperie con temperaturas glaciares y vientos gélidos. Me refiero a sobrevivir a un alud y quedar sepultado durante 4 días.

¿Es más fuerte el instinto animal de supervivencia o la rendición?. 

Como decía Viggo Mortensen en La Teniente O'Neil "Jamás vi algún animal silvestre compadecerse de sí mismo. Un pájaro caerá congelado de una rama sin haber sentido pena por sí mismo." refiriendo la idea de que, en situaciones extremas, nuestros instintos primarios y salvajes afloran para derrotar a nuestras limitaciones morales y sociales.

Y aunque puede llegar a ser depravado, sucio e inmoral, estoy bastante de acuerdo.

6/10