Después de la recomendación de una compañera de trabajo, a la que admito que inicialmente no hice ningún caso, apareció ante mí Casa en Flames, lo nuevo de Dani de la Orden, con guion de Eduard Solà, repitiendo binomio tras la romántica Barcelona, Nits d'Estiu, que ya adelantaba lo que estos dos son capaces de hacer combinando comedia y drama.
Rodada en una fresca combinación catalano-castellana, que alguno ha criticado y que mí me resulta perfectamente encajada en la realidad actual del país, lo que nos retrata Casa en Flames, es un capítulo en la vida de una burguesa familia de Barcelona que van a pasar un último fin de semana juntos en su casa de veraneo en Cadaqués, antes de venderla para poder pagar la residencia de la iaia. Una familia que ha ido heredando un ostentoso patrimonio generación tras generación, pero "con cuatro duros en el banco" como bien se encarga el guionista de apuntillar.
A medida que progresa la película, uno se da cuenta de que lo que empieza siendo un retrato costumbrista y colorido se va tornando en un estilo más barroco, en un tenebrismo que desnuda las miserias y embustes de esa familia, en apariencia, exclusiva y adinerada, adentrándonos en un laberinto de secretos, confabulaciones, persecución de intereses personales, que aunque se representan de forma algo excesiva y exagerada, genera una cercanía que llega a avergonzarnos al ver reflejados comportamientos de nuestras propias familias.
Ante todo, la película es la interpretación de sus actores, liderados por una eterna y en plena forma Emma Vilarasau, como Montse, la Madre, en mayúsculas. Respaldada por un Alberto San Juán en estado de gracia en el papel de Carlos, padre y ex-marido, y completado por un elenco coral: Clara Segura, en un rol fundamental para el desarrollo de la trama. Enric Auquer, en el papel del hijo, David. María Rodríguez Soto, como Júlia, la hija sargento y Macarena García, en su repetitivo papel de chica mona. El resto del reparto, aunque tienen apariciones más secundarias, ejecutan sus papeles con notable esfuerzo y convicción. Hay una química entre los actores que crece con la película y nunca rechina. Sólo me rasca la interpretación de Macarena García que me resulta demasiado boba, pero es bastante accesoria y desaparece antes del tercer acto sin que nadie la eche de menos.
Me encanta como van mutando los personajes a lo largo de la película. El hijo, David, que aparenta inicialmente ser un rompecorazones que enamora a las chicas con su sensibilidad acaba siendo un pelele narcisista viviendo en una burbuja de falsos elogios que alimentan su ego y donde juega a ser un artista bohemio y soñador que resulta ser tan patético como mediocre.
La hija, esa mujer recta, firme, tradicional, que gobierna a su familia con mano de hierro, que ningunea a su marido con una actitud pasivo-agresiva, termina convertida en una esposa infiel y una madre que reniega de su familia.
Carlos, el padre, que parece ser un romántico que no quiere deshacerse de la casa donde en el algún momento fueron felices, se descubre como un hombre ruin, ladrón y mentiroso.
La única que muestra oscuras intenciones desde el principio es Montse, que se desenmascara nada más empezar la película cuando abandona el cadáver de su madre en uno de los mejores momentos de la película. Un momento que además, de forma muy inteligente, nos hace cómplices como espectadores de su sórdido secreto.
A las interpretaciones se suma el excelente guion, con unos personajes bien definidos, profundos pero cotidianos, repleto de crudos diálogos y silencios que dicen mucho.
Complementado como un personaje más, un Cadaqués de postal mostrado con una fotografía y un sonido lleno de texturas y relieves que evoca nostalgia y te transporta a esos veranos de chicharras cantando, brisa de mar y sal en los labios, olor a pino, risas y cenas a la fresca.
Complementado como un personaje más, un Cadaqués de postal mostrado con una fotografía y un sonido lleno de texturas y relieves que evoca nostalgia y te transporta a esos veranos de chicharras cantando, brisa de mar y sal en los labios, olor a pino, risas y cenas a la fresca.
Todas esas piezas consiguen acercarnos a esa privilegiada familia que aunque resulte lejana en sus lujos, está más cerca de cualquiera en su cotidianidad.
Por buscarle un pero, porque yo soy así, encuentro la explosión final, en sentido figurado (guiño) muy atropellada. La batería de confesiones que se suceden en la traca final y que acaba de hacer saltar todo por los aires, en sentido literal (guiño guiño), está a veces cogida de los pelos y fuerza la maquinaria para hacer de ese crescendo el clímax definitivo.
Por otro lado, la dirección y narrativa que desarrolla Dani de la Orden va siempre a remolque del resto de elementos. Pone la cámara de forma sobria y elegante donde corresponde para intentar dar la máxima amplitud al plano y que el encuadre encaje en el escenario como si de una obra de teatro se tratara y lo aplaudo por ello, pero (y otro pero más) se hace muy evidente por donde van los tiros en varios momentos y subraya detalles innecesariamente:
Los planos detalle de los cigarrillos encendidos que va dejando Montse por la casa...
o cuando ésta le insiste a su hija de los peligros de dejar a las niñas jugando solas junto al espigón...
o el marco con la foto familiar que se rompe en el momento de la gran bronca...
o las miradas de Montse a su hija descubriendo su infidelidad antes que nadie...
Prefiero el Dani de la Orden más sutil que deja a Montse sola después de una breve cena con sushi que seguramente había idealizado y que esperaba que durase hasta altas horas de la noche recordando momentos felices entre risas y gin tonics. Que la abandona después en el barco mientras todos se van a esa "cal·la". Que deja en definitiva y constantemente a Montse sola, fumando, sumida en su fracaso como madre, como esposa, como abuela y como hija. Una Montse que quizás se imagine muriendo sola y abandonada. Como su madre.
La sutileza al ir mostrando como en esa familia se han abandonado los unos a los otros hace tiempo. Que no comparten un rato desde hace meses y que no han pasado un fin de semana juntos desde hace años.
El Dani de la Orden que nos enseña conversaciones vacías entre un padre y una hija que llevan tiempo sin hablar y que empiezan con un "Qué tal?" y acaban con un "Bien", y ya.
Que utiliza el agua como elemento reparador que lo sofoca todo, tal y como nos enseña en el momento en el que Júlia se lanza al mar y apaga el incendio que se iniciaba en ese conato de discusión en el barco. Y lo muestra también en la secuencia del incendio (el de verdad) cuando Montse coge la manguera con intención de apagar el fuego y decide no encenderla dejando que se conviertan en cenizas los recuerdos de una familia que quizás, nunca lo fue.
Es también una película de mujeres poderosas (que no empoderadas). Empezando por la tieta, propietaria original de esa casa de ensueño. Secundada por Montse, la matriarca maquiavélica que conoce las intenciones y secretos de todos sus allegados y los manipula a su conveniencia.
Júlia, que quiere ser la digna sucesora al trono del matriarcado y que compite frontalmente con su madre para demostrarlo.
La psicóloga, gran Clara Segura, que está de vuelta de todo y que provoca la chispa dentro del polvorín con ese juego de Gestalt. Juego por otro lado que se convierte en uno de los ejes de la trama y que sirve de punto de partida en la escalada de violencia afectiva que se va sucediendo durante toda la segunda parte de la película y que encuentra su punto álgido en el final.
Un final muy representativo, donde Montse fuerza y da vida a su particular juego y ve cómo se quema su lugar elegido y como su familia acude a rescatarla para cerrar la función con un abrazo mientras contemplan como la casa, símbolo indiscutible de una familia, se deshace entre las llamas.
Por contra, los hombres son todos marionetas en manos de esas mujeres. Tanto el ex-marido Carlos, intentando constantemente disfrazar su mentira, como el marido de Júlia que no es capaz ni de abrir la balconera por sí mismo y evidentemente como David, un niñato pusilánime que no puede salir de debajo del ala de su madre.
Aunque seré injusto con el resto del casting, los momentos estelares de la película se los lleva todos Emma Vilarasau, alcanzando la excelencia con el sublime monólogo final. Su actuación es magistral y logra dar vida a un personaje rico en detalles, envuelto en un halo de ternura que no es nada más que la fachada de una mujer con un oculto y perverso propósito capaz de cualquier cosa para llevarlo a fin.
Montse va a hacer lo que sea necesario para juntar a su familia de nuevo. Aunque sea por un momento. Aunque por el camino haya tenido que dejar a su madre muerta en el suelo. Aunque deba quemarlo todo.
Pues que arda.
8/10
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