jueves, 30 de diciembre de 2021

WELCOME BACK HOME, SPIDEY

La magia funciona cuando el espectador se sugestiona para sentir que lo que ve es realmente algo extraordinario, sin trucos ni trampas. Si lo que se pretende es descubrir el embuste, se rompe la mística y lo peor, uno se siente engañado.


En cine pasa algo parecido. Cuando verdaderamente se disfruta del espectáculo es cuando el espectador se predispone a relajar la mirada crítica y concentrar los cinco sentidos en las imágenes, la historia, la música y los personajes. Cuando se deja seducir y se sumerge en el relato sin buscar el trampantojo. Con esa idea entré al cine y con ese espíritu de divertimento me senté a ver Spiderman No Way Home.

Entré en la sala con 44 años y salí con 24. Emocionado como el chaval que alucinó viendo al trepamuros de Sam Raimi encarnado en un Tobey Maguire que nos parecía tan tierno y frágil como amenazante cuando fruncía el ceño y nos clavaba sus ojos azules. Era otra época, éramos otras personas y veíamos cine sin tantos prejuicios. Aquel Spiderman original post atentados del 11-S (y con escenas suprimidas como consecuencia de aquel suceso) era espectacular. Aquel Duende Verde interpretado por el siempre excelente Willem Dafoe, un James Franco y una Kirsten Dunst incipientes. Todo era maravilloso para los frikis de la época que habíamos crecido pasando largas tardes entre cómics de Spiderman y X-Men. 

Después llegaría Andrew Garfield y el reboot de la saga que lamentablemente no cosechó los resultados esperados a pesar de ser buenas películas, mucho más fieles al cómic que el resto, pero ensombrecidas por una interpretación poco convincente para la crítica. A Andrew le quedó grande el traje del arácnido aunque personalmente pienso que defendió muy correctamente el papel de un personaje al que quisieron dotar de una mayor complejidad emocional.

Y tras varias idas y venidas, Marvel decide revitalizar al personaje, apoyado en el flamante éxito de Avengers y darle una nueva oportunidad al arácnido. En esta ocasión, se elige a Tom Holland que, a pesar de haber sido un buen Spiderman, estoy convencido de que los de mi generación no han simpatizado con esta nueva versión. Excesivamente juvenil, con infinidad de gadgets tecnológicos, con una MJ alternativa e inmerso en una trama continuista del universo Avengers. Muy lejos de lo que un fan del Spiderman más clásico puede esperar.
Las de Holland no fueron malas películas, pero no levantaron la franquicia al nivel que merecía y se adivinaba un agotamiento que quizás acabaría por desterrar definitivamente al hombre araña del UCM. 
Hasta que llegó el anuncio de su nueva película, las primeras reseñas de un multiverso, las primeras imágenes de los clásicos villanos de las anteriores películas y los rumores de fusión de los tres universos "spidermanianos" juntando en escena a los tres actores que vistieron el traje azul y rojo. La expectación ha ido creciendo durante el año y todos agradecemos que no hubieran filtraciones ni que el bocachancla de Tom Holland hablara más de la cuenta.


Tratando ya la película en sí, lo resumiré muy fácil. Es una puta obra maestra. Vale, sí, quizás es excesivo pero no soy capaz de recordar una saga donde hayan fusionado películas de diferentes épocas con la coherencia y romanticismo que hay en este film. Las sensaciones cuando, como fan, experimentas ese momento, trascienden la pantalla. Se rompe la barrera de la ficción, se derriba la pared que separa la realidad y la fantasía y surge la magia. Nos hace participes de una experiencia única que cala en nuestra memoria removiendo recuerdos y sentimientos que hoy, dos días después de haber visto la película, me siguen dibujando una sonrisa en la cara.
Analizando el film desde un punto de vista más crítico, y salvando la épica de los momentos nostálgicos de ver a todos los villanos y a todos los spiderman juntos y revueltos, la película no destaca en casi nada. Técnicamente su director, John Watts, que ya rodó los otros dos títulos de la saga de Tom Holland, no es un portento. Es un director correcto, pero demasiado plano, sin personalidad, de los que hay a patadas. Su mérito es precisamente ése, no destacar y dejar el protagonismo a quien realmente lo merece. También es meritorio que no le tiemble el pulso al tener que manejar 200 millones de dólares de presupuesto y a un elenco de actores descomunal, sabiendo que tiene entre manos una película histórica y no cagarla, así que sólo por eso, se le debe reconocer su labor como un buen director de reparto.

El guion sigue los cánones clásicos de las pelis de nuestra querido hombre araña: Villano que amenaza a la población, Spidey tratando de vencerlo, muerte de un personaje icónico, dudas existenciales del prota y ensalada de hostias como traca final. Tampoco se le pide más. Es lo que debe ser una película de superhéroes y lo que el consumidor compra. Nadie va a ver Misión Imposible esperando encontrar a Tom Cruise interpretando un atormentado soliloquio sobre su vida como espía. 

En definitiva, el guion es ajustado a las pretensiones, con infinidad de guiños a las películas anteriores y destacando, de nuevo, los grandes momentos reservados a la aparición de los villanos y los tres spiderman.

Personalmente eché en falta un poco más del humor típico de la saga y más protagonismo del Doctor Connors y el Hombre de Arena pero en general, cumple y nos regala momentos estelares muy concentrados en las conversaciones entre Garfield, Maguire y Holland como cuando hablan de los dolores de espalda típicos de la edad o de cómo Maguire genera "fluidos" desde sus muñecas.

Lo realmente destacable de la película son las interpretaciones. Enormes Willem Dafoe y Alfred Molina como siempre. Gigante Andrew Garfield asumiendo un papel de perdedor en la comparación entre las tres sagas. Cabe destacar el genial momento cuando confiesa que no está a la altura de sus dos vecinos y amigos y como Maguire le consuela con ese gran "Eres Asombroso" en claro guiño al Amazing Spiderman que protagonizó y que la crítica se encargó de masacrar.
También es destacable su particular redención como Spiderman y como actor cuando salva, esta vez sí, a MJ de caer al vacío y enmienda su error pasado al no haber podido salvar a Gwen en una situación idéntica.

Maguire por su lado borda su papel de Spiderman cuarentón, que habla y aconseja desde la experiencia y que mantiene ese halo tierno y misterioso. Es y será el mejor Spiderman hasta la fecha y aunque Garfield mantiene el tipo, sale siempre victorioso cuando se juntan los tres en pantalla.

Holland por su lado también ha dado un paso adelante y se le ve mucho más curtido en batallas, más maduro y con más tablas interpretando a un Spiderman que debe lidiar y luchar con el dolor por la muerte de un ser querido, la compasión por sus enemigos, la ira que despierta tras la muerte de May, el amor por MJ, la amistad y la resignación por tener que alejarse de sus amigos cuando éstos olvidan quien es. Tom Holland se nos ha hecho mayor y por fin ha conseguido dibujar un Spiderman convincente.

Parece sencillo, pero los que hemos crecido leyendo las aventuras del Hombre Araña sabemos que su vida no es fácil y que su mundo interior es un constante debate entre cómo utilizar sus dones contra el mal, proteger a sus seres queridos y mantener una vida pública que le transfiera esa cotidianeidad necesaria para disfrazar su identidad secreta. 
Las películas de Tom Holland frivolizan con el personaje y nos enseñan un Spiderman impulsivo, infantil, inconsciente... adolescente en definitiva. Y no. Peter Parker no pudo ser nunca el típico adolescente porque su dualidad y sus circunstancias le obligaban a tomar decisiones adultas y medir muy bien las consecuencias de sus actos. Es recalcable que, hasta esta tercera entrega, no hayamos visto a Spidey solo y desolado en lo alto de cualquier edificio buscando las respuestas a sus dudas. Un escenario icónico y necesario para el héroe, como nos recuerdan las versiones de Maguire y Garfield rememorando sus edificios favoritos para estos fines.

Perter Parker es pobre, un estudiante brillante, no tiene amigos, es un bicho raro, que debe trabajar para pagar su triste apartamento y consentirse escasos lujos como comprarle un anillo a su amada Mary Jane (que no MJ). Así debe ser y afortunadamente para nosotros, los fans, así parece que será viendo como Tom Holland abandona su Iron-Traje, se enfunda su nuevo y zurcido mono de tela y se muda a un lúgubre y diminuto apartamento con esos ventanales por donde deberá entrar y salir como puertas giratorias del día y la noche que lo transforman en su alter-ego. A por ellos, tigre.

Welcome back Spidey, te echábamos de menos.

9/10

miércoles, 8 de diciembre de 2021

ARI'S LODGE

Basta. Me rindo. Quitémonos las caretas. Soy un ser oscuro y depravado y disfruto con estas películas como un bebé chupando de una teta.


Turno para comentar la última creación de Severin Fiala y Veronika Franz, dos directores y guionistas austríacos que sorprendieron al mundo en 2014 con su Good Night Mommy y que ahora nos traen su nueva película, The Lodge. Este título nos narra la historia de unos niños encerrados en una cabaña, aislada, en medio de ninguna parte y rodeada de nieve, junto a su madrastra, una mujer víctima y superviviente de una secta religiosa, liderada por su padre, que terminó con el suicidio de todos sus pecadores miembros. 

El rechazo de esos niños hacia la sustituta de su madre, quien se suicida en el primer acto de la película, más el trauma infantil que persigue a la madrastra y junto a un padre algo inconsciente, que enciende la mecha del conflicto, suman los ingredientes de un cóctel molotov que va provocando una creciente tensión durante la mayor parte del metraje y acaba explotando cuando se lanza en el capítulo final.

The Lodge, al igual que Good Night Mommy, juega con la ambigüedad, con el "nada es lo que parece", con la psicosis de los protagonistas y la crueldad de unos niños que rompe el estereotipo de la inocencia infantil. Si bien, en The Lodge, la realidad es mucho más sórdida que en su predecesora puesto que los chavales son los malvados artífices de los acontecimientos y los gemelos de Good Night Mommy son victimas accidentales e involuntarias. Lo que sí se repite en ambos casos es que la madre (o madrastra) es el epicentro del caos y el foco de los castigos que infringen los menores.  

El gélido escenario es ideal para ambientar una película sobre la crueldad, el rechazo, los traumas infantiles y la batalla contra demonios interiores. El problema? que la sombra de los nuevos enfant terribles del terror, Aster, Eggers, Peele y compañía, es alargada y cuando el mundo se rinde al arte de estos nuevos genios del celuloide, los imitadores se amontonan esperando una oportunidad de demostrar que, si no son mejores, sí son capaces de copiar su estilo.

Y ya que entramos en comparaciones... las imágenes perturbadoras que se muestran con crudeza, como el suicidio de la madre. El drama familiar como punto de partida argumental o el pasado traumático que renace y atormenta el presente. La casa de muñecas donde se representan los pasajes que tendrán lugar durante la película. La música, discordante, compuesta para generar agobio y malestar y ser protagonista en momentos claves. Los planos sostenidos en exceso que provocan esos sentimientos incómodos. El ritmo pretendidamente pausado. Demasiado Hereditary. Demasiado Midsommar. Demasiado Ari Aster en definitiva.

También recuerda en exceso a El Resplandor, por los escenarios nevados, el aislamiento, el descenso a la locura de el/la protagonista y el papel fundamental que juegan los niños en el desarrollo de la trama. Hasta la secuencia en coche hacia la cabaña recuerda a la vista en Midsommar cuando el grupo de amigos se acerca a esa comuna hippie o al viaje de la familia Torrance hacia el Overlook.

Ése es el mayor problema con el que debe lidiar The Lodge. La sensación que queda en la cabeza y retina, una vez terminada la función de que todo lo visto evoca a otras cintas anteriores que por supuesto, son mejores. Y una vez se entra en esa espiral de comparaciones, es imposible salir y se deja de disfrutar de la película fijando la vista en encontrar todos los puntos en común posibles. Servidor incluso ve que el actor que hace de padre, se parece demasiado a Bradley Cooper...

El problema de copiar una buena obra es que, ya que es difícil mejorar el original, al menos hay que estar a un nivel parecido e imprimir un toque de personalidad y mostrar marcadas divergencias respecto al original para generar sorpresa y expectativa. De lo contrario. el interés se desinfla a medida que corren los minutos y se entra en ese juego perverso de buscar constantes similitudes.


La sensación de que los dos directores intentan emular los mecanismos del cine de Aster y compañía para cumplir su cometido y buscar un hueco entre esta nueva generación subversiva que ha rediseñado el género de terror, está demasiado presente. Y eso le resta enteros a una película que es muy correcta pero que nunca logra tomar la distancia necesaria respecto a sus influencias.

Todos quieren ser como Ari. Y no me extraña.

5/10

domingo, 5 de diciembre de 2021

THE KILLING OF A FUNNY GAME

Por qué soy así? Por qué veo películas que hacen apretar los dientes y querer apartar la mirada? Supongo que las lesiones cerebrales que provocaron en mi tierna infancia películas como El Resplandor, El Exorcista o Posesión Infernal, supuran de vez en cuando y reclaman volver a revivir esos momentos en mi memoria como una forma de retrotraer recuerdos y evocar nostalgia. O simplemente es que estoy tarado.

Esta vez, haciendo caso al algoritmo de Amazon Video, me decanto por The Killing of a Sacred Deer de otro de esos directores alternativos que han encontrado su sitio en la frontera entre el cine más indie de Sundance o Sitges y el mercantilismo de las majors.

Ésta, es otra producción de esa creadora de obras alternativas que es A24. Productora que ha apadrinado a tipos como Ari Aster, Robert Eggers o al que hoy nos ocupa y creador del título a comentar, Yorgos Lanthimos.

Había oído hablar mucho de este realizador. Constante triunfador en Cannes con cada título que lleva e incluso nominado al Óscar a la Mejor Dirección (entre otros) por su última película, La Favorita, pero por una cosa o por otra, siempre posponía sus títulos. Hasta hoy.

No sé si ésta es la mejor manera de iniciarse en el cine de Lanthimos. Quizás, La Langosta, que casi todo el mundo admira o la mencionada La Favorita, serían mejores opciones pero le ha tocado a The Killing of a Sacred Deer, que no tiene tanta unanimidad en su opinión pero como ejemplo del manual de estilo de Lanthimos, parece una buena elección.

Me inmerjo en la experiencia sin prácticamente saber nada de la película y el inicio ya promete. Diez segundos de música con pantalla negra y de repente un plano de un corazón latiendo. Un primer plano sostenido el tiempo suficiente para que el espectador desee que acabe. Empiezo a retorcerme en el sillón y a pensar en qué les dan de comer a estos perturbados directores.

Se presentan los actores, Colin Farrell en la piel de un cardiólogo, que si al principio parece que rasca un poco, acaba convenciendo con su actuación combinando registros dramáticos con otros en los que explota esa vis más irascible a la que nos tiene acostumbrados.

Aparece también una Nicole Kidman en un papel de matriarca, madre de dos niños, estricta y exigente, prestigiosa oftalmóloga y controladora y correcta en exceso. Un rol que desempeña a la perfección como ya repitió en Los Otros de Amenábar

En resumen, lo que vemos es una típica y tópica familia americana de alto nivel social, aburguesada y con tendencia al postureo. Aunque Lanthimos, se esfuerza en mostrarnos de una forma muy sutil, que las filias y la sordidez que envuelven a la familia son tan frecuentes como invisibles. Claro ejemplo son los juegos sexuales del dúo protagonista. Esa semi-necrofilia entre Farrell y Kidman en sus juegos de cama que pasa de puntillas en la película, me trae a la memoria las oscuras intenciones que perseguía James Stewart con Kim Novak en Vértigo.

Desde el inicio, entra en escena un chaval enigmático, llamado Martin e interpretado por un gran Barry Keoghan, con el que Colin Farrell mantiene una extraña relación que juega con la incertidumbre del espectador. Será un hijo bastardo? Será una relación pederasta? Cualquier cosa es posible ya que además, cada vez que Farrell y Keoghan están en escena, el director se encarga de tensionar el ambiente y generar suspense con una música estridente que desconcierta y parece no encajar con unos planos fijos y unos diálogos muchas veces insulsos y superficiales. Es una clara señal de que algo mucho más turbio subyace en esa relación.

La realidad no es otra que la negligencia médica que perpetró el cirujano Doctor Farrell al operar, borracho, al padre del muchacho y matarlo en el quirófano. Un homicidio involuntario en toda regla. El chaval lo descubre y entabla esa relación con Farrell con no sé sabe muy bien qué motivos. Farrell, por su parte, encuentra en esa paternofilia una forma de expiar sus pecados e intentar redimir su culpa así que poco a poco, integra a Martin en su familia con la idea de intentar ofrecerle una salida a su aparente desgraciada vida.

Y entonces todo se empieza a resquebrajar. El hijo menor de la familia despierta un mal día sin la movilidad de las piernas y tiene que ser ingresado. Mientras, la hija se enamora perdidamente de Martin que le representa la desobediencia y rebeldía a todas esas reglas impuestas por una madre imperativa. Acto seguido, Martin de desenmascara como artífice de un malvado plan, con una oscura intención más propia de un maquiavélico psicópata que de un chaval.

La fiesta sigue cuando Colin Farrell, sabedor del vengativo plan que ha urdido Martin, lo secuestra, maniata en el sótano y tortura tratando de obligarle a terminar con la locura que envuelve a su familia. Reconozco que esta parte, que tiene momentos tremendos como el auto-mordisco de Martin o ese Síndrome de Estocolmo a la inversa, con los niños arrastrándose por el suelo y suplicando, a los pies del psicópata secuestrado cuando los realmente secuestrados son ellos; reconozco digo, que me resultó demasiado artificial. Creer que un chaval de dieciséis años es capaz de diseñar un plan de venganza más enrevesado que el de John Doe es creer demasiado. Y por otro lado, ya se había visto una situación idéntica en la excelente Prisioneros de Denis Villeneuve con unos resultados mucho más verosímiles.

Aún así, la venganza debe consumarse, como ocurría en Seven, y resolver la angustia que ya hace rato se ha apoderado de la película. Así que Lanthimos fuerza la situación para conducirnos hacia el magistral desenlace con ese padre jugando a una especie de ruleta rusa donde la salvación no son los disparos sin bala sino los disparos que no aciertan.

Una de los puntos más sorprendentes del film es que Lanthimos consigue que nunca lleguemos a empatizar con ningún personaje. Todos tienen un lado oscuro o comportamientos cuestionables que nos obligan a rechazarlos por pura moralidad cristiana. El único que quizás se salva es el niño. El pobre es el punching ball de esa familia... es el primero en manifestar los síntomas de la extraña enfermedad y encima sus padres dudan de él y piensan que finge. Incluso su hermana mayor llega a pedirle su reproductor de MP3 una vez hubiera muerto. Vamos, que tenía todos los números para ser el pobre ciervo sacrificado. 

Desgraciadamente la película sale perjudicada por la inevitable comparación que inmediatamente se hace con Funny Games. Demasiadas veces es más que parecida y roza el plagio. La diferencia fundamental es que en esta película, sí existe un motivo como generador de la violencia, pero poco más.

Otro de sus problemas es que el guion no es lo sólido que se espera en películas de este estilo y resulta muy poco creíble que un niño sea capaz de maquinar esa vendetta o que un cirujano puede cometer una imprudencia de ese tipo sin consecuencias o que exista una rara, desconocida e indetectable enfermedad que sólo Martin parece conocer... Como pilares de la historia, se tambalean demasiado.

Sin embargo, la película está magistralmente rodada, con un uso de la música maravilloso y secuencias para el recuerdo como la del padre llorando y hecho un ovillo pensando a qué miembro de su familia sacrificará. O el momento en el que acude al colegio y pregunta cuál de sus dos hijos es más brillante, buscando excusas que le ayuden a tomar tan sádica decisión.

Lo que es evidente es que Yorgos Lanthimos tiene una gran personalidad como cineasta y profesa un estilo muy en boga gracias, en parte, a las explosiones mediáticas de talentos como Ari Aster. Lamento no haberlo descubierto antes. No siempre es bueno "dejar las patatas para el final".

7/10