domingo, 5 de diciembre de 2021

THE KILLING OF A FUNNY GAME

Por qué soy así? Por qué veo películas que hacen apretar los dientes y querer apartar la mirada? Supongo que las lesiones cerebrales que provocaron en mi tierna infancia películas como El Resplandor, El Exorcista o Posesión Infernal, supuran de vez en cuando y reclaman volver a revivir esos momentos en mi memoria como una forma de retrotraer recuerdos y evocar nostalgia. O simplemente es que estoy tarado.

Esta vez, haciendo caso al algoritmo de Amazon Video, me decanto por The Killing of a Sacred Deer de otro de esos directores alternativos que han encontrado su sitio en la frontera entre el cine más indie de Sundance o Sitges y el mercantilismo de las majors.

Ésta, es otra producción de esa creadora de obras alternativas que es A24. Productora que ha apadrinado a tipos como Ari Aster, Robert Eggers o al que hoy nos ocupa y creador del título a comentar, Yorgos Lanthimos.

Había oído hablar mucho de este realizador. Constante triunfador en Cannes con cada título que lleva e incluso nominado al Óscar a la Mejor Dirección (entre otros) por su última película, La Favorita, pero por una cosa o por otra, siempre posponía sus títulos. Hasta hoy.

No sé si ésta es la mejor manera de iniciarse en el cine de Lanthimos. Quizás, La Langosta, que casi todo el mundo admira o la mencionada La Favorita, serían mejores opciones pero le ha tocado a The Killing of a Sacred Deer, que no tiene tanta unanimidad en su opinión pero como ejemplo del manual de estilo de Lanthimos, parece una buena elección.

Me inmerjo en la experiencia sin prácticamente saber nada de la película y el inicio ya promete. Diez segundos de música con pantalla negra y de repente un plano de un corazón latiendo. Un primer plano sostenido el tiempo suficiente para que el espectador desee que acabe. Empiezo a retorcerme en el sillón y a pensar en qué les dan de comer a estos perturbados directores.

Se presentan los actores, Colin Farrell en la piel de un cardiólogo, que si al principio parece que rasca un poco, acaba convenciendo con su actuación combinando registros dramáticos con otros en los que explota esa vis más irascible a la que nos tiene acostumbrados.

Aparece también una Nicole Kidman en un papel de matriarca, madre de dos niños, estricta y exigente, prestigiosa oftalmóloga y controladora y correcta en exceso. Un rol que desempeña a la perfección como ya repitió en Los Otros de Amenábar

En resumen, lo que vemos es una típica y tópica familia americana de alto nivel social, aburguesada y con tendencia al postureo. Aunque Lanthimos, se esfuerza en mostrarnos de una forma muy sutil, que las filias y la sordidez que envuelven a la familia son tan frecuentes como invisibles. Claro ejemplo son los juegos sexuales del dúo protagonista. Esa semi-necrofilia entre Farrell y Kidman en sus juegos de cama que pasa de puntillas en la película, me trae a la memoria las oscuras intenciones que perseguía James Stewart con Kim Novak en Vértigo.

Desde el inicio, entra en escena un chaval enigmático, llamado Martin e interpretado por un gran Barry Keoghan, con el que Colin Farrell mantiene una extraña relación que juega con la incertidumbre del espectador. Será un hijo bastardo? Será una relación pederasta? Cualquier cosa es posible ya que además, cada vez que Farrell y Keoghan están en escena, el director se encarga de tensionar el ambiente y generar suspense con una música estridente que desconcierta y parece no encajar con unos planos fijos y unos diálogos muchas veces insulsos y superficiales. Es una clara señal de que algo mucho más turbio subyace en esa relación.

La realidad no es otra que la negligencia médica que perpetró el cirujano Doctor Farrell al operar, borracho, al padre del muchacho y matarlo en el quirófano. Un homicidio involuntario en toda regla. El chaval lo descubre y entabla esa relación con Farrell con no sé sabe muy bien qué motivos. Farrell, por su parte, encuentra en esa paternofilia una forma de expiar sus pecados e intentar redimir su culpa así que poco a poco, integra a Martin en su familia con la idea de intentar ofrecerle una salida a su aparente desgraciada vida.

Y entonces todo se empieza a resquebrajar. El hijo menor de la familia despierta un mal día sin la movilidad de las piernas y tiene que ser ingresado. Mientras, la hija se enamora perdidamente de Martin que le representa la desobediencia y rebeldía a todas esas reglas impuestas por una madre imperativa. Acto seguido, Martin de desenmascara como artífice de un malvado plan, con una oscura intención más propia de un maquiavélico psicópata que de un chaval.

La fiesta sigue cuando Colin Farrell, sabedor del vengativo plan que ha urdido Martin, lo secuestra, maniata en el sótano y tortura tratando de obligarle a terminar con la locura que envuelve a su familia. Reconozco que esta parte, que tiene momentos tremendos como el auto-mordisco de Martin o ese Síndrome de Estocolmo a la inversa, con los niños arrastrándose por el suelo y suplicando, a los pies del psicópata secuestrado cuando los realmente secuestrados son ellos; reconozco digo, que me resultó demasiado artificial. Creer que un chaval de dieciséis años es capaz de diseñar un plan de venganza más enrevesado que el de John Doe es creer demasiado. Y por otro lado, ya se había visto una situación idéntica en la excelente Prisioneros de Denis Villeneuve con unos resultados mucho más verosímiles.

Aún así, la venganza debe consumarse, como ocurría en Seven, y resolver la angustia que ya hace rato se ha apoderado de la película. Así que Lanthimos fuerza la situación para conducirnos hacia el magistral desenlace con ese padre jugando a una especie de ruleta rusa donde la salvación no son los disparos sin bala sino los disparos que no aciertan.

Una de los puntos más sorprendentes del film es que Lanthimos consigue que nunca lleguemos a empatizar con ningún personaje. Todos tienen un lado oscuro o comportamientos cuestionables que nos obligan a rechazarlos por pura moralidad cristiana. El único que quizás se salva es el niño. El pobre es el punching ball de esa familia... es el primero en manifestar los síntomas de la extraña enfermedad y encima sus padres dudan de él y piensan que finge. Incluso su hermana mayor llega a pedirle su reproductor de MP3 una vez hubiera muerto. Vamos, que tenía todos los números para ser el pobre ciervo sacrificado. 

Desgraciadamente la película sale perjudicada por la inevitable comparación que inmediatamente se hace con Funny Games. Demasiadas veces es más que parecida y roza el plagio. La diferencia fundamental es que en esta película, sí existe un motivo como generador de la violencia, pero poco más.

Otro de sus problemas es que el guion no es lo sólido que se espera en películas de este estilo y resulta muy poco creíble que un niño sea capaz de maquinar esa vendetta o que un cirujano puede cometer una imprudencia de ese tipo sin consecuencias o que exista una rara, desconocida e indetectable enfermedad que sólo Martin parece conocer... Como pilares de la historia, se tambalean demasiado.

Sin embargo, la película está magistralmente rodada, con un uso de la música maravilloso y secuencias para el recuerdo como la del padre llorando y hecho un ovillo pensando a qué miembro de su familia sacrificará. O el momento en el que acude al colegio y pregunta cuál de sus dos hijos es más brillante, buscando excusas que le ayuden a tomar tan sádica decisión.

Lo que es evidente es que Yorgos Lanthimos tiene una gran personalidad como cineasta y profesa un estilo muy en boga gracias, en parte, a las explosiones mediáticas de talentos como Ari Aster. Lamento no haberlo descubierto antes. No siempre es bueno "dejar las patatas para el final".

7/10

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